Por P. Fernando Pascual

En gramática aprendíamos que existen adjetivos calificativos, pero no suelen explicar que también existen adjetivos “descalificativos”.

Los primeros, de modo genérico, indican alguna característica o propiedad que se añade a una persona, animal, cosa o incluso a conceptos.

Los segundos, los descalificativos, son en el fondo adjetivos calificativos, pero subrayan un aspecto negativo, una cualidad que, en el fondo, sería un defecto.

Así, hablamos sobre el cielo azul, sobre el clima enloquecido, sobre la ciudad embellecida, sobre el pueblo arruinado.

Al referirse a personas o ideas, muchos usan (incluso de modo excesivo) adjetivos descalificativos, con una intención más o menos explícita: neutralizar y estigmatizar a unas personas e ideas consideradas como negativas.

Así, se habla del político polémico, del escritor ultracatólico, del periodista fascistoide, del alcalde contestado, del historiador negacionista, del médico imputado.

La lista de adjetivos descalificativos es bastante amplia y domina en muchos medios de comunicación. A través de los mismos el periodista encapsula a una persona, y repite una y otra vez, al hablar de la misma, el adjetivo descalificativo que la estigmatiza.

El abuso al emplear adjetivos descalificativos surge desde el deseo de anular a nivel público todo lo que pueda decir el “enemigo”.

Así, si un escritor no gusta a quienes controlan los medios, al comentar el éxito de algún libro de ese escritor hablarán del mismo siempre con adjetivos descalificativos: el polémico escritor X acaba de publicar una obra, etc.

La táctica parece ser eficaz, pues de lo contrario no sería tan usada (y tan abusada). A través de ella se aísla, incluso se fomenta el desprecio, hacia otros, de forma que sus ideas y palabras no lleguen a muchas personas.

Todo abuso de descalificaciones se convierte, en el fondo, es una señal de que el descalificador carece de honestidad y juega sucio en lo que debería ser un sano debate entre ideas y propuestas en cualquier sociedad auténticamente abierta.

Algunos intentan reaccionar ante tantas descalificaciones con algo de humor, incluso presumiendo: si quienes promueven dictaduras intelectuales llaman a otros “fascistas” o “reaccionarios”, tales palabras podrían ser vistas como positivas por los “etiquetados”.

Pero este tipo de reacciones no soluciona la grave injusticia de quienes una y otra vez usan adjetivos descalificativos contra quienes merecen un mínimo de respeto y de acogida en una sociedad libre.

Evitar el abuso de adjetivos descalificativos, por el contrario, empezará a abrir espacios a un fecundo debate de ideas, que tanto ayuda para que, a través de la discusión, las personas perfilen sus propuestas y aprendan a acoger lo bueno que ofrezcan otros, aunque no compartamos todo lo que piensan o defienden.

 


 

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