Por P. Fernando Pascual
Millones de corazones son como tierras hambrientas de buenas semillas.
Durante años, esos corazones han escuchado mensajes confusos, mentiras y manipulaciones. Han bebido aguas turbias, incluso han experimentado el veneno del pecado.
Algunos, incluso, han estado cerca de católicos que no les han ayudado, o que les han aumentado sus dudas y sus escándalos.
Pero esos corazones experimentan un deseo insaciable de luz, de verdad, de amor, de misericordia, de esperanza.
Por eso anhelan que lleguen sembradores que, como el único y verdadero Sembrador, arrojen semillas de fe, esperanza y caridad.
Esas semillas, ciertamente, no podrán hacer nada si es mayor el amor a la mentira y al pecado que el deseo de abrirse a la gracia.
En cambio, esas semillas obrarán milagros cuando encuentren un corazón disponible, humilde, ansioso por recibir agua limpia y verdades que sirven para la vida presente y para la eternidad.
¿Quiénes difundirán esas semillas? ¿Qué obispos y sacerdotes, llenos de auténtico celo, llevarán el tesoro del Evangelio a tantos hermanos necesitados?
No podemos ver con indiferencia a jóvenes aburridos, a adultos desilusionados, a ancianos tristes y sin esperanza.
La semilla que trajo Cristo, Hijo de Dios Padre e Hijo de la María Virgen, es la única capaz de ofrecer a los corazones sedientos de fe una fuerza y una alegría que nada ni nadie les podrá arrebatar.
El verdadero Sembrador saldrá, también hoy, a trabajar. Millones de tierras hambrientas están disponibles para el milagro.
Entonces, la buena semilla transformará vidas, encenderá fuegos de amor, y permitirá que el mundo avance un poco hacia lo único que vale la pena: el encuentro con el Dios que nos creó por amor y nos espera, para siempre, en el cielo.