Por el cardenal Felipe Arizmendi Esquivel , obispo emérito de San Cristóbal de las Casas
HECHOS
Conozco muchos casos de migrantes, incluso de mi propia familia. Desde hace años, de mi pueblo varios salieron hacia otras partes del país y a los Estados Unidos, buscando mejores oportunidades de vida. Con su trabajo y sacrificio, han construido buenas casas y los suyos gozan de una situación más favorable. En las fiestas familiares y del pueblo, regresan y disfrutan su ambiente nativo; también comparten nuestros momentos dolorosos.
Algunos ya adquirieron la nacionalidad norteamericana; otros, la residencia legal; sin embargo, estos últimos, por la política antiinmigrante del nuevo gobierno allá, no están seguros y temen ser deportados por cualquier motivo. En peor peligro, están muchísimos indocumentados. No se toma en cuenta que ese país se fue formando con migrantes, y que la mayoría de los actuales que llegan sostienen buena parte de su economía, realizando trabajos que los de allá no quieren hacer.
Muchísimos migrantes de Centro y Sudamérica, así como de otros países, que anhelaban llegar a los Estados Unidos, al no poder lograr su sueño, se han quedado entre nosotros y quizá permanezcan aquí un buen tiempo, o para siempre. Por parte de nuestro gobierno, ha habido una política de no represión sistemática, sino de ofrecerles servicios consulares y oportunidades de trabajo, aunque las caravanas numerosas que llegaron nos han rebasado a todos.
Las organizaciones cristianas y otras de la sociedad civil están haciendo mucho por atenderles humanitariamente, pero también estamos rebasados. Además, la amenaza de Donald Trump de que, si nos los retenemos o rechazamos, aumentará sus aranceles económicos, complica más la situación que debe enfrentar nuestro gobierno.
Estando en Chiapas, por donde siempre han pasado cientos y miles de migrantes, procuramos apoyarles no sólo con alimentos, agua y otros apoyos, sino construyendo albergues donde pudieran protegerse, reponer sus energías y buscar mecanismos legales para su protección, incluso para lograr el estatus de refugiados. En algunos casos, como permanecían por tiempo indefinido, se les ofreció capacitación laboral, para que pudieran conseguir un empleo al menos temporal. Esta atención se ha tenido con ellos desde hace muchos años y se continúa, a pesar de que nuestros recursos son limitados. Lo mismo se está haciendo en todas las diócesis del país.
ILUMINACIÓN
Ante las deportaciones masivas que está impulsando el nuevo gobierno de Estados Unidos, el Papa Francisco escribió una carta a los obispos de allá, en que les dice:
“El verdadero bien común se promueve cuando la sociedad y el gobierno, con creatividad y respeto estricto al derecho de todos, acogen, protegen, promueven e integran a los más frágiles, desprotegidos y vulnerables. Esto no obsta para promover la maduración de una política que regule la migración ordenada y legal. Lo que se construye a base de fuerza, y no a partir de la verdad sobre la igual dignidad de todo ser humano, mal comienza y mal terminará.
Preocuparse por la identidad personal, comunitaria o nacional, al margen de estas consideraciones, fácilmente introduce un criterio ideológico que distorsiona la vida social e impone la voluntad del más fuerte como criterio de verdad.”
ACCIONES
Si entre nosotros hay algún migrante necesitado, hagamos por él cuánto quisiéramos que hicieran por nosotros, si estuviéramos en su situación. Es el mandato de Jesús y atenderles de corazón es condición para entrar al cielo.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 2 de marzo de 2025 No. 1547