Por Jaime Septién

Según un especialista, citado por un obispo mexicano a quien esto escribe, pueden ser decenas los campos de exterminio que se esparcen en la superficie de un país cada vez más atribulado. ¿Campos de exterminio? ¿Como los nazis? ¿No estarán exagerando estos pudorosos católicos de pacotilla? Como los nazis, sí señor. El de Teuchitlán en Jalisco, apenas a una hora de Guadalajara, conocido por propios y extraños, con sus hornos crematorios artesanales y su altero de zapatos amontonados se les asemeja a los del Tercer Reich. Y los que están por descubrir…

No entiendo (me es difícil entenderlo, como seguramente te pasa a ti, amable lector/a) cómo la presidenta Sheinbaum habla de defender la soberanía cuando se van descubriendo, como saetas clavadas en el alma de México, estos ramalazos de espanto. La soberanía, doctora Sheinbaum, pasa por la paz interior, por la erradicación de la violencia sistemática, por enfrentar, con un mismo rostro, a los delincuentes que, a nosotros, los ciudadanos, cada día nos quitan un pedacito de libertad. ¿De qué manera se puede ser “soberano” sin libertad?

Si una madre de familia no puede ver sino con zozobra que su hija salga al trabajo, a divertirse con los amigos, a la escuela, o que un hijo haga un recorrido más allá de los límites de su manzana para llegar a la preparatoria, el Estado le está fallando. No se diga el terrible llanto de las madres buscadoras. Una pala, un pico, una información, una jornada al sol, amenazada por los asesinos, para descubrir huesos, zapatos, el maxilar de un “desaparecido” que podría ser su hijo o su hija, son el claro signo de la putrefacción política y social a que hemos arrinconado a nuestra Patria. Una Patria arrinconada está muy lejos de ser soberana Es un territorio en el que impera la frase de Kurtz en la novela de Conrad: “el horror, el horror”. En efecto: estamos en El corazón de las tinieblas.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 23 de marzo de 2025 No. 1550

 


 

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