Por P. Fernando Pascual

Nos ha llegado una nueva idea: leer un libro, arreglar un aparato electrónico, responder con palabras claras a quien nos molesta en el trabajo.

Surge la pregunta: esta idea, ¿será de Dios, del mundo, del demonio, de la carne? En otras palabras: ¿me lleva a lo bueno o me orienta hacia el mal.

Evagrio Póntico, un monje del siglo IV, ofrecía un consejo que vale también para nuestros días.

“Sé el guardián de tu corazón, y no dejes entrar ningún pensamiento sin interrogarlo. Interroga con el silencio cada simple pensamiento y dile: ¿eres uno de nosotros o uno de nuestros adversarios? Si es uno de casa te colmará de sabiduría, si en cambio es del enemigo, te confundirá con la ira y te perturbará con un deseo. De este tipo son en efecto los pensamientos del demonio”.

El consejo es muy parecido al que había ofrecido san Antonio Abad, y se coloca en la línea de las enseñanzas de Jesús, que invita a vigilar nuestro corazón y no dejar que se manche ni siquiera con un deseo impuro.

En efecto, “del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias” (Mt 15,19). Pero si algo malo sale del corazón es porque antes ha entrado una mala idea o un mal deseo.

Por eso tenemos que ser guardianes de nuestros corazones, para detener cualquier movimiento que venga del enemigo, y para acoger ideas e inspiraciones buenas que provienen de Dios.

Llega un nuevo pensamiento al corazón: delante de Dios me haré la pregunta que propone Evagrio Póntico. Lo alejaré, si viene del maligno, o lo acogeré, si viene del Dios que me ama y me guía hacia lo bueno y lo bello.

 


 

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