Por Manuel Gracián Barrera
La sociedad tiene como fin esencial la consecución del bien comunitario y global. Para ello es necesario que las personas, al ejercer sus derechos y deberes jurídicos, se desarrollen en perfecto orden social. Sin embargo, ningún orden social es perfecto. La simple observación de la realidad demuestra la existencia de una tendencia hacia las realizaciones sociales defectuosas.
Cuando el organismo social se aparta del orden natural fracasa en sus propias funciones fundamentales: emergen síntomas y signos de enfermedad social. Por consiguiente, es necesario un esfuerzo continuo para oponerse, en todo lo posible, a esa propensión patológica. Es indispensable, en primer término, establecer el diagnóstico de las causas del fracaso del orden social existente, por medio de la crítica social. Y en segundo lugar, el tratamiento y rehabilitación del cuerpo social, mediante la reforma social. La función de la crítica es estudiar las instituciones sociales existentes con el fin de conocer la coherencia entre sus ideologías y los fines existenciales del hombre. La de la reforma, renovar el espíritu y las instituciones para el logro de un bien global casi perfecto.
Con frecuencia mucha gente se siente capacitada para proclamar públicamente el diagnóstico de la enfermedad social, sin intentar siquiera demostrar su competencia en el ramo. La sociedad anárquica y radical siempre crea la necesidad de un enemigo para ganar crédito. La crítica inspirada en criterios de partido, o de gusto por la sensación, provoca daño a la comunidad. La recriminación dramática y sensacionalista de los síntomas de las deficiencias sociales no traduce ninguna utilidad fundamental; además corre el peligro de convertirse en mera demagogia. La visión de la cuestión social, sometida a condicionamientos ideológicos, impide acertado diagnóstico. Tales prejuicios ideológicos sólo dan como resultado la caricatura de la realidad.
La crítica social responsable presupone la autocrítica de los propios condicionamientos ideológicos. Exige competencia y sentido común. Dicha competencia admite el conocimiento del sistema social operante, de sus instituciones jurídicas, políticas, económicas y técnicas, de las exigencias o intereses de los diversos grupos sociales, etcétera.
La crítica social tiene que ir más allá de la mera determinación de los síntomas. Debe mostrar las vías para la suavización de los males existentes y para la supresión de las causas profundas. Todo orden social (especialmente en cuanto a sus fundamentos ideológicos e institucionales) es el resultado de un proceso histórico; sólo se podrá perfeccionar mediante un proceso evolutivo de desarrollo.
Pero, entonces, ¿a quién corresponde esclarecer críticamente los males sociales y determinar las causas que los provocan? ¿Acaso a los representantes de las diversas clases sociales, grupos políticos o grupos de presión, periodistas, escritores o eclesiásticos?…
Es indudable que en una comunidad hay personas dedicadas a diversas disciplinas, quienes sienten la responsabilidad de contribuir en la solución de los problemas comunitarios. Otros cierran los ojos a la realidad, olvidando la solidaridad entre familias. Es preciso reconocer que durante generaciones se ha descuidado el esfuerzo para lograr, con una crítica sistemática y constructiva, las reformas sociales necesarias para la prosecución del bien comunitario y global. Razones: indiferentismo, desinterés, apatía social, comodidad; en suma: tibieza de espíritu y amoralismo.
En el México que vivimos nos urge la cohesión social, el diálogo polifónico de hombres y mujeres solidarios. Hombres y mujeres coherentes en el pensamiento, palabra y acción: vocaciones múltiples, visión integradora; ¡hombres y mujeres de síntesis! De ello brotará la crítica social, la auténtica y verdadera crítica, espontánea, generosa, diáfana y esplendente, como en una especie de conciencia comunitaria o global. La crítica social es, en último término, la revelación a la multitud de la obra que ella misma crea o deja de crear.
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