Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

El misterio esencial y fundante de nuestra santa fe cristiana y católica es el misterio de la Santísima Trinidad; Dios Amor en la unidad de la única e irrepetible substancia divina coposeída por las tres divinas personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en eterna y plena comunión.

El Dios vivo y Dios verdadero, la Trinidad Santísima se adentra en la Historia de la Salvación; la Historia de Dios que viene a nosotros de modo progresivo, el Dios uno cuya revelación plena acontece en el misterio de Cristo, por su encarnación, su vida, su muerte y su resurrección.

Dios se revela, más allá de una teoría, como un encuentro inefable y maravilloso con Cristo, quien nos revela al Padre y nos dona por su Corazón traspasado y glorificado la Persona Amor, el Espíritu Santo.

En este misterio, como en otros, es necesaria la precisión teológica y dogmática que nos han ofrecido los Concilios de Nicea y Constantinopla, para evitar caer en el triteísmo,- tres dioses, o en el modalismo que recalca a una persona y negando la realidad de las otras dos.

Con Varillón, la Trinidad es ‘tres generosidades que se dan la una a la otra en plenitud’. Y ‘Lo que se nos revela de esta manera es que la relación de amor es la forma original del ser. O, que lo que vine a ser lo mismo, que el fondo del ser es amor o comunión. El misterio trinitario ilumina todas las avenidas de la existencia humana’.

A la luz de la Santísima Trinidad hemos de valorar a la persona humana, llamada a esta Comunión de amor con las tres personas divinas. Así se podrá llegar a la vivencia mística, sentir la presencia de las divinas personas en el alma del justo por la elevación de la gracia santificante; gracia que llamamos de ‘inhabitación’, Dios trino presente en nosotros y nosotros sumergidos en Dios en relación con el Padre, con el Hijo y el Espíritu Santo.

El texto de la Santa Escritura que nos orienta en esta reflexión, san Juan 14, 23-29:

‘El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada’.

Por eso no podemos mirar al otro, a la persona, con aires de superioridad; en este misterio de comunión de amor se funda la familia de Dios, que es ‘una multitud aunada por la Trinidad’, en afirmación de san Cipriano. Las personas sumergidas en Dios, debemos ser humildes.

La diversidad de las personas divinas y su comunión resplandece en acontecimiento pascual, Cristo inmolado, Cristo resucitado.

Así Cristo nuestro Señor, introduce la esperanza en nuestra historia, nos libera de las diversas cadenas, nos abre al futuro feliz, y a la escatología del gozo pleno de la Comunión de Amor en la eternidad.

Solo así se logra la Paz que da Cristo, no como la da el mundo.

 
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay


 

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