Por Arturo Zárate Ruiz
Hace unos días, Sheinbaum lamentó que unos sindicalistas se portasen como gente de derecha porque no la apoyaban en una propuesta suya. Podría decirse que lo único que hizo fue distinguir algo normal en la vida de cualquier país, las facciones. Pero podría decirse también que la Presidente quiso insultarlos. Se supone que los sindicalistas son de izquierda, y no parecieron serlo al no apoyar a los abanderados actuales de ese espectro político. Es más, entre ellos, ser de “derecha” es ser un “cerdo capitalista” y un explotador del “pueblo bueno” y trabajador, según la narrativa oficial en México desde tiempos de la Revolución.
Que la Presidente atizase así la polarización en su país podría censurarse. Pero la polarización es parte normal de los parlamentos y las urnas. A la hora de votar se dice “sí” o se dice “no”. De hecho, a los periodistas, inclusive a cualquier ciudadano en la vida diaria, nos es más fácil construir nuestros reportes y narrativas según este espectro binario.
Sin embargo, esto se convierte en problema si ignoramos la complejidad de la realidad misma. Tenemos, por ejemplo, las caracterizaciones del nuevo papa en la prensa: que es republicano, ¡atiza!, trumpista, porque se registró como votante en unas elecciones primarias del partido republicano en Florida hace una década. ¿Y si fuera republicano, qué? Aun si, como muchos republicanos quisiera que la migración a Estados Unidos se restringiese a quien tramita correctamente los papeles —y no es el caso en León XIV—, el Papa como humano debe tener sus preferencias políticas personales. Otro papa, Francisco, era “justicialista” (lo que los peronistas argentinos defienden) y san Juan Pablo II anticomunista, pero ninguno de manera incondicional. Uno no era para nada admirador de Perón, y el otro, aunque anticomunista, era un gran defensor de los obreros. A fin de cuentas, la responsabilidad de ninguno de ellos fue o ha sido pertenecer a una facción, sino cumplir con sus obligaciones concretas. Hacerlo bien exige no reducir la realidad a blanco y negro, aun cuando se vote al final en un sentido u otro.
Mi punto aquí sería insistir que la vida es compleja, tan compleja que esos criticados sindicalistas al parecer se resistieron a votar los jueces por el riesgo de que jueces votados no atiendan objetivamente la justicia sino los intereses de quienes los llevan a los tribunales. He allí que, en algún momento, el poder podría dejar de estar en lo que oficialmente es la “izquierda” y estar más bien en la llamada “derecha”. Para los sindicalistas, ir contra la independencia judicial (por más imaginaria que se le tache), habría sido arriesgarse a ir contra sí mismos.
Y así cualesquiera de nosotros. A la hora de considerar los hechos, o aun nuestras acciones, hay que estimar sus complejidades. Por ejemplo, los más “derechistas” admiten el rol del estado en la instrucción pública, sobre todo en áreas en que los papás no son competentes, por ejemplo, enseñar las matemáticas y las ciencias a sus niños. Y los más “izquierdistas” admiten la dificultad de que el gobierno central acote y limite las costumbres heteropatriarcales de algunos pueblos nativos. Si fuerzan el cambio, se verían obligados a reconocer que la intervención del estado no frenaría al instante los usos milenarios de esos pueblos. No ha ocurrido en la Unión Soviética ni en China todavía.
Los buenos jueces, por supuesto, aplican la ley en sus sentencias, pero no ignoran las circunstancias, sean atenuantes o agravantes. Los buenos líderes persiguen metas y, por lo regular, un plan trazado de antemano. No son ciegos, sin embargo, a las oportunidades o a los obstáculos que surgen en el camino. Es de sabios cambiar de opinión si la realidad así lo exige. Que quien se amacha en su error se hundirá con él.
En fin, las etiquetas, aunque útiles, suelen consistir en simplificaciones. De apegarnos sin cautela a ellas, acabamos de un modo u otro engañados. De no distinguir bien lo que es un tamal (lo hacen algunos extranjeros al verlo por primera vez), o se lo comen con todo y hojas, o no se lo comen de ningún modo. Que no nos ocurra así en política y, por supuesto, en los distintos ámbitos de nuestra vida.