Por Arturo Zárate Ruiz
Hay canciones que nos recuerdan la proximidad de Dios: «Tan cerca de mí, tan cerca de mí, que hasta lo puedo tocar, Jesús está aquí». De hecho, cuando comulgamos, ya no hablaríamos de cercanía sino de unión suya con nosotros porque nos nutre Él con su Vida, una Vida que no acaba.
Aparentemente, los paganos se inclinaban también a pensar en la cercanía de sus dioses. Los representan con rasgos humanos. Pero que lo hayan hecho así muestra más bien su tratar de acercar el hombre a lo divino, no que lo divino se acerque a lo humano. Que esos dioses se porten inclusive como bestias no tiene nada de celestial.
Los católicos tan sí gozamos de una cercanía, unión, con Jesús, que podría escandalizar a quienes profesan otras creencias las cuales enfatizan su trascendencia.
Aunque no sea del todo el caso de los protestantes, pues sí creen en Dios encarnado en Cristo, evitan las imágenes, es más, no comulgan propiamente. Tal vez consideren demasiado materiales sus representaciones artísticas; demasiado carnal su Presencia Real en la Eucaristía. Tal vez sólo admitan un Jesús espiritual. Por ello, lo más que se acercan a comulgar es en el hacer un memorial —nada de Transubstanciación— y eso de vez en cuando.
Para los judíos, la cercanía de Dios radicaría en su Providencia, en su involucramiento en la vida humana, especialmente al elegir un Pueblo como suyo y conducirlo a través de la historia. Wikipedia explica así esa cercanía de Dios entre los judíos:
«La mayoría del judaísmo clásico ve a Dios como un dios personal, lo que significa que los humanos pueden tener una relación con Dios y viceversa. El rabino Samuel S. Cohon escribió que “Dios, tal como lo concibió el judaísmo, no es solo la Primera Causa, el Poder Creativo y la Razón Mundial, sino también el Padre vivo y amoroso de los Hombres. No solo es cósmico sino también personal … El monoteísmo judío piensa en Dios en términos de carácter definido o personalidad, mientras que el panteísmo se contenta con una visión de Dios como impersonal”. Esto se muestra en la liturgia judía, como en el himno de Adon Olam, que incluye una “afirmación confiada” de que “Él es mi Dios, mi Dios vivo … Quien escucha y contesta”… El rabino británico, Jonathan Sacks, sugiere que Dios “no está distante ni distante, sino apasionado y presente”».
En cualquier caso, los judíos tan enfatizan la distancia y la diferencia entre Dios y el mundo que prohíben sus imágenes y evitan inclusive pronunciar su nombre.
Los musulmanes son quizás más tajantes en esta trascendencia. Una creencia fundamental es que Alá está por encima de todo lo que existe en el mundo, incluyendo el tiempo y el espacio. Es decir, Alá es un ser trascendente que no puede ser limitado por las características de la creación. Puede inclusive trascender el logos, el orden, pues en su omnipotencia no sería correcto que se “sometiera” a él. Aunque los musulmanes reconocen a Jesús, sólo admiten que Él fue un profeta, mero hombre. Imposible que fuese Dios porque habría abandonado su total trascendencia.
La bienaventuranza de los justos entre los judíos y musulmanes es algo menor que la unión con Dios, por la misma trascendencia eterna de Éste. Al parecer, algunos musulmanes creen que la recompensa para los justos es gozar de un harén con muchas muchachas guapas (de ser así, no sé si esas muchachas consideren que para ellas sea esto también una bienaventuranza). Al parecer, los judíos esperan ser felices reposando en el “Seno de Abraham”. Al parecer, solo los cristianos esperamos contemplar cara a cara a Dios.
Es más, esperamos estar insertos en Él y participar de su Divinidad, aunque para quienes no son católicos suene a blasfemia.
Lo creemos así porque Dios quiso hacerse Hombre y ser uno de nosotros, sin perder su divinidad. Aun antes de la Cruz anunció que nuestra futura patria sería la celestial. Lo hizo al asumir nuestra humanidad, al encarnarse en el bendito vientre de Santa María. Así, Dios haciéndose Hombre permite a los hombres acceder a Su Vida Divina.
De hecho —conviene repetirlo—, Dios ya vive en nosotros tras comulgar. Que su Vida nos santifique. Que su Vida nos permita santificar también a nuestros prójimos. Que Él, quien es Amor, reine en nuestros corazones y en quienes nos rodean.
Imagen de Dimitris Vetsikas en Pixabay