Por Jaime Septién
La sociedad líquida, casi gaseosa, en la que vivimos, tiene como modelo de pensamiento aquella frase que podría pasar por romántica, pero que es aterradora: “Mejor arder que durar”. Lo nuevo es lo que vale. Lo antiguo, sea de ayer o de hace un año, es completamente obsoleto, caduco, oloroso a naftalina.
He aquí que el Papa León XIV, en un giro inesperado para los “vaticanistas”, le da por ponerse un nombre “viejo” (podría haberse llamado Francisco II, ¿no?) y rescatar de entre las ruinas un documento que se publicó el 15 de mayo de 1891. Dos bofetadas con guante blanco a quienes desean una Iglesia sin memoria, llena de novedades que se adapten “al ritmo del mundo” y que “no se meta en política ni en la vida pública, porque no sabe de lo que habla”.
Primero que nada, León XIII fue un Papa capaz de entender los estragos generados entre los obreros tras la primera gran revolución industrial: explotación laboral, salarios exiguos, mecanización del trabajo, ideologización extrema. Su 38ºencíclica, la Rerum Novarum (“De las cosas nuevas”), insistía en que “debe encontrarse rápidamente un remedio oportuno para la miseria y la desdicha que oprime tan injustamente a la mayoría de la clase obrera.”
El Papa León XIV enfrenta un escenario parecido con la revolución que viene cosida a las costillas de la inteligencia artificial (IA). Supresión del trabajo humano, de la inteligencia humana, de la convivencia humana. Todo lo resuelve la máquina. Una máquina engendrada por los seres humanos, pero que no siente, no respira, no le importa algo más allá de su cometido: dar respuestas, automatizar, rapidez, precisión. Suena bien para el capital; suena horrible para la persona.
La gran mística Simone Weil –quien trabajó como obrera en la fábrica de coches Renault, en Francia, durante el primer tercio del siglo XX—supo leer con agudeza lo que implica la fuerza, sea de la economía, sea de la política, sea de la IA. Tras su trabajo como obrera acuñó esta frase que engloba lo que enfrentó León XIII y desafía a la humanidad y a León XIV: “La fuerza es lo que hace –de quienquiera que le esté sometido– una cosa en el sentido más literal, pues hace de él un cadáver. Había alguien y, un instante después, no hay nadie.”
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 25 de mayo de 2025 No. 1559