Por P. Joaquín Antonio Peñalosa

Ellos no están en el centro donde sucede todo lo central, sino en la orilla, sino en las orillas lejanas donde simplemente se sobrevive. Están en el espacio en blanco de cada uno de los lados de la página donde no se dice nada, están en la zona del silencio. Y están en la banca, no en la cancha de juego, porque no son protagonistas ni árbitros, sino videntes sedentarios y pasivos, porque no intervienen, porque no se les permite intervenir.

Marginado es el que queda a un lado, en las extremidades olvidadas, fuera de las decisiones y las estructuras. Marginado es el que no cabe dentro de un sistema ya organizado, el que plantea a los gobiernos y a los ciudadanos un problema de identificación. Son los sin rostro, los sin manos, los sin pan, los sin esperanza. No tienen voz ni voto. Cantaba el poeta-profeta León Felipe: “Yo no sé muchas cosas, digo tan solo lo que he visto. Y he visto que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos”.

La marginalidad es fenómeno típico de toda la América Latina que no proviene, como en otros continentes, de las tierras flacas, de la lluvia o de la sequía, sino que se origina en una causa social, económica y política en dependencias internas y externas, en la enorme deuda, en los grupos de presión, en la ambición y en el egoísmo, en las promesas incumplidas. “Y he visto que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos”.

Marginados son los indígenas cuando no se respetan sus etnias, su cultura, sus costumbres, su idioma. Marginados son los campesinos a quienes se les ha quitado la tierra, tierra suya porque fue de su padre y de su abuelo, tierra suya porque la trabaja. Marginados son los que, por cualquier motivo, abandonan el campo y llegan a las grandes megalópolis para aumentar los cinturones de miseria y el número de desempleados; en su pueblo eran personas y tenían sus amigos, en la ciudad son número, han roto con los suyos, olvidaron el abecedario del campo y apenas deletrean los primeros signos de la ciudad.

Marginados son los niños que trabajan por necesidad, explotados por los empleadores y desprotegidos de las leyes. Marginados los jóvenes que no pueden intervenir en la cosa pública, porque se les considera inmaduros y menores de edad. Marginadas las mujeres por el autoritarismo machista de unos hombres blancos y barbados, morenos y lampiños que las convierten en cero a la izquierda. Marginados son los ancianos, sea porque las familias los sobreprotegen haciéndolos inútiles, o porque de plano los segregan sin aprovechar su experiencia y aun su actividad. Y luego están los dementes que circulan por la calle hablando solos, los inválidos rotos del cuerpo y del espíritu, los borrachos del parque, los que duermen en la estación de autobuses, los limosneros, los pepenadores que parecen basura humana y siguen siendo los reyes de la creación.

Si hay marginados, es porque hay marginantes. Isabel Allende, la novelista chilena, leída ya en tantos idiomas, dice en Eva Luna: “Los seres humanos se dividen en yunques y martillos, unos nacen para golpear y otros para ser golpeados”.

* Artículo publicado en El Sol de México, 8 de febrero de 1990; El Sol de San Luis, 10 de febrero de 1990.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de abril de 2025 No. 1554

 


 

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