Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Como nos enseñó el Papa Benedicto, ‘no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento con una Persona (Cristo), que da un nuevo horizonte a la vida y con ello, una orientación decisiva’ (Dios es Amor).

Por eso la fe cristiana es la adhesión plena a Cristo muerto y a Cristo resucitado. Cristo es el centro de toda la vida cristiana. En esta perspectiva se debe entender el mandamiento nuevo del amor, ‘que se amen los unos a los otros como yo los he amado’ (Jn 13, 31-33a, 34-35), de modo que sea un sumergirse en su misterio de entrega total que nos involucra para hacerlo presente en nuestra misma entrega.

Si Dios mismo es el Amor (cf 1Jn 4,8), el amor debe originarse en él que es su fuente, fruto de su Revelación. ‘Mirarán al que traspasaron’ (Jn 19, 37), el contemplar el Corazón traspasado, es imagen, es realidad, es revelación, es acontecimiento condensado del Amor

Infinito e inefable de Dios. Por supuesto toda la vida de Cristo es manifestación de su amor; pero ‘habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo’ ( Jn 13,1).

Su Corazón traspasado es esa puerta abierta para recuperar la amistad con Dios en una Alianza de comunión con él. Este amor que Jesús exige es un amor de ‘ágape’, amor divino de total entrega.

Por nuestras propias fuerzas es imposible amar como Jesús ama. Necesitamos que ese amor que el Padre le entrega, nos sea dado también a nosotros, es decir, el Amor personal entre ambos, que es la persona divina Amor, el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo, recibido inicialmente en el bautismo y donado con sus siete sagrados dones por el sacramento de la confirmación, seremos creaturas nuevas, con el dinamismo nuevo del Amor.

Con el Espíritu Santo se nos da el amor derramado en el corazón (cf Rm 5, 5).

No nos engañemos. La santidad no consiste en hacer cosas raras, grandes penitencias, excelentes elocuencias, sino la plena realización del amor recibido y ofrecido como una ofrenda agradable a Dios de nuestra vida y el amor inseparable a los hermanos, los humanos.

Amor único y esencial en dos direcciones, a Dios Padre y a todas las personas humanas.

Así hemos de superar todo tipo de divisiones e incomprensiones, para lograr el ideal de la plena comunión.

Solo el Amor que viene de Dios, lo transforma todo; solo el amor salva.

El Amor de Cristo nos lleva a formar la Comunidad-Iglesia de Jesús, en la cual se busca la unidad, la reciprocidad, el apoyó mutuo.

Si amamos en el amor de Cristo, seremos discípulos de Cristo y sus testigos. Así se podrá sentirse responsable de todos y colaborar con todos.

El prescindir de este camino del amor, se estará condenado al fracaso y a la desilusión.

El que ama se preocupa del que sufre; el que ama ayuda al necesitado.

El Amor es la Vida eterna en sí y es la vía imprescindible que nos conduce a ella.

Tenemos hoy que afrontar diversos retos entre los que se encuentra como un gran desafío la inteligencia artificial (IA) para la ‘defensa de la dignidad humana, de la justicia y del trabajo’, como lo puso de manifiesto el Papa León XIV, en su mensaje al Colegio Cardenalicio (10 de mayo 2025).

Nuestra opción fundamental de discípulos de Jesús, es este Amor divino y humano.

 
Imagen de Kati en Pixabay


 

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