Por Rodrigo Guerra López, secretario de la Pontificia Academia para América Latina

Era un amigo entrañable y un verdadero padre que me acompañó en los momentos de prueba. Era cálido, bromista, de inteligencia despierta, y sin duda, un hombre lleno de caridad y paciencia evangélicas. Era el Papa Francisco, Sucesor de Pedro, Pastor Universal de la Iglesia.

Lo conocí en la prehistoria, allá por 2006. Nos encontramos, luego, en el año 2007 durante los trabajos de “Aparecida”. Posteriormente, nos unimos aún más, cuando se suscitó la controversia en torno a “Amoris laetitia” y respondí a las “dudas” de algunos cardenales. La relación epistolar fluía de cuando en cuando. Yo le compartía alguna preocupación, a veces personal, a veces eclesial, y él me daba su opinión, escrita a mano, con su letra pequeñita. Hoy releo algunas de esas cartas y me estremece su caridad y su agudeza. Siempre pastor, siempre cercano.

Me impresionó muchísimo cómo detestaba ese conservadurismo extremo que deriva rápidamente en rigorismo pseudo-ortodoxo, en actitud moralista y en opción política de “nueva derecha”. Simultáneamente, era impactante cómo tampoco simpatizaba con los progresismos de inspiración gnóstica o pelagiana que desactivan la dimensión sobrenatural del acontecimiento cristiano y lo vuelven una propuesta banal, aparentemente “moderna”, pero insustancial por anodina.

El Papa Francisco fue un radical, pero radical en la afirmación valiente del perdón, de la misericordia, y de la verdad con justicia y dignidad. Radical en el redescubrimiento de una forma de vida realmente evangélica y no mundana. ¡Amaba la doctrina, pero rechazaba el fácil intelectualismo burgués! ¡Amaba estar cerca de Dios en la oración, y simultáneamente, amaba estar cerca de su pueblo en el que reconocía un verdadero lugar teológico!

Mi querido Papa Francisco, con el corazón arrugado y lleno de lágrimas, doy gracias por tu vida, por tu ministerio y por tu paternidad que me rescató de la oscuridad. Doy gracias, porque has sido para muchos, la gran ocasión para encontrar en medio de los avatares de nuestro maltrecho mundo, un camino de reencuentro y de liberación auténtica. Amén.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 27 de abril de 2025 No. 1555

 


 

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