Por Felipe Monroy*
El retorno a la Casa del Padre de don Mariano Azuela Güitrón (Ciudad de México, 1936-2025) en las vísperas de uno de los momentos más complejos en la reconfiguración del sistema jurídico en México, no sólo obliga a homenajear una vida dedicada a la formación y ejercicio de la justicia; sino a recordar que, en gran medida, su notable e impagable servicio a la Patria estuvo siempre iluminado por una profunda espiritualidad cristiana.
Una espiritualidad que, es menester mencionar, fue robustecida no en la inercia ni en la tradición sino en el duro contraste y colisión de su propia historia personal y familiar en un país cuya relación con la libertad religiosa como derecho fundamental humano ha sido una ardua realidad en construcción.
Gran trabajo por la justicia
Por supuesto, su legado profesional en las instituciones jurídicas merece una extensa y atemperada revisión de especialistas y estudiosos del derecho sin menospreciar los complejos contextos de una nación mexicana que transitaba del autoritarismo institucionalizado a las instituciones democratizadoras.
Con su reciente partida, se le ha homenajeado en diversos espacios desde una mirada de gratitud, pero también con estricto desapasionamiento sobre el gran legado que su trabajo dejó en las instancias jurídicas federales del país; y, sobre todo, se le reconoce una actitud de alta responsabilidad para distinguir el derecho como instrumento de dignidad social y humana frente a su uso como herramienta del poder político o económico.
Un derecho a menudo olvidado
Y es por esto último que no se puede comprender su legado sin observar los márgenes de su vida, de una intensa espiritualidad del creyente cuya exploración en su propia historia personal y familiar le auxilió –y a nosotros con él, gracias a su generosidad al compartirlo– a comprender y a actuar en consecuencia frente al derecho fundamental de libertad religiosa.
Un derecho que no puede reducirse al culto o la organización de una práctica religiosa (como se debatió en tiempos de su abuelo y su padre) sino que está unido indisociablemente de la libertad de pensamiento, conciencia y expresión de la persona humana; es decir, a su existencia misma, a su dignidad y a sus relaciones sociales.
La pluralidad no está reñida con la claridad
Todavía más, es esta claridad ética, plural, tolerante, generosa y abierta a la realidad lo que también nutrió su propia identidad católica al recordar que “el católico de nuestros días considera uno de los suyos, o un hermano, a todo hombre honesto y sincero, aunque no sea católico, aunque no sea cristiano”. De este modo, Azuela Güitrón se alejó de las tentaciones fundamentalistas, de la lógica de la batalla y el conflicto; porque sólo lejos de la imposición y las estratagemas de vencidas, el derecho puede abogar plenamente por la dignidad humana.
Fueron estas cavilaciones personales y profesionales las que al final definieron a la persona jurídica integral de don Mariano Azuela.
De este modo, no se puede eludir la convicción de que su radical convicción ética respecto a la dignidad de la vida humana provino sustancialmente de su diálogo honesto y abierto en torno a la fe encarnada en la ley natural. Y también de su ejercicio lúcido y objetivo en su actuar moral cristiano ante la construcción de una justicia mexicana que, con el cambio de siglo, clamaba por poner a la persona en el centro en lugar de privilegiar al Estado, al gobierno o a las instituciones.
Azuela vs Azuela
Esto de alguna manera está afirmado por él mismo en su Azuela vs Azuela donde el ministro formalmente reconoció “los misteriosos caminos de Dios” en una sociedad en conflicto. En ese compendio, el tercer Azuela, no sólo valora la pluralidad de las experiencias humanas derivadas de su pleno ejercicio de la libertad, sino que, en el sustrato de la historia y la familia humana, comprende el nivel de fraternidad que alcanza la compartida dignidad humana, sus derechos sustanciales y la fe que abraza a creyentes y no creyentes.
La nación mexicana y muy especialmente su pueblo católico, cuya dimensión mítica de construcción y supervivencia histórica de su identidad religiosa siempre ha navegado entre la negación ignorante y el utilitarismo belicista, está en inmensa deuda con don Mariano Azuela Güitrón por su espíritu docto, tolerante y comprometido con la historia, la academia y el servicio público.
Humanizar conceptos
Con una rigurosa congruencia con los márgenes jurídicos mexicanos, la espiritualidad ética y cristiana de don Mariano auxilió a humanizar conceptos que, por desgracia suelen ser desnaturalizados en las salas de la ley: justicia, verdad, dignidad, perdón, generosidad. Y es que, como llegó a expresar con incomparable claridad el sacerdote Manuel Olimón, respecto a Azuela, estamos frente a “una historia comprimida de reconciliación en el Misterio, pues sólo cuando se descubre que la máxima dignidad humana y el reflejo vivo de la imagen divina está en la libertad, se puede vivir en paz”.
Dios recompense sus fatigas y servicios, descanse en paz don Mariano.
*Director VCNoticias.com y consejero editorial de El Observador de la Actualidad
¿Quién era don Mariano?
*Nació en la Ciudad de México en 1936. Se entregó al servicio público, particularmente en el campo de la impartición de justicia, desde el año 1961. Fue ministro de la Suprema Corte de la Justicia de la Nación y asumió la presidencia de esta, de 2003 a 2006.
*Su dedicación a la docencia, desde 1958, es ejemplar. Se tituló como Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de México y desde entonces fue maestro en distintas instituciones educativas, siendo la Universidad Iberoamericana donde ejerció por más de 30 años.
*En la obra que él copiló, Azuela Vs. Azuela, recoge el gran debate sobre la libertad religiosa, particularmente en México. Publicó una larga lista de artículos y ensayos en distintas revistas jurídicas y de pensamiento católico, entre ellas El Observador de la Actualidad.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de junio de 2025 No. 1560