Por P. Fernando Pascual
En familia o en algunos grupos humanos, hay momentos en los que se busca compartir experiencias.
Alguno lanza la pregunta a otros: ¿cómo se encuentran? ¿Qué planes tienen para el futuro? ¿Cuáles son sus temores? ¿Cómo ven a quienes les rodean?
Quizá el que pregunta es el primero que se anima a abrirse y manifestar cómo se encuentra en diversas dimensiones de su vida.
En el grupo algunos aceptan las preguntas y empiezan a abrir sus corazones. Pero otros sienten ciertas resistencias, desde un pudor interior que les lleva a no manifestar lo que perciben en sus almas.
Es posible que surjan presiones, implícitas o explícitas, para que “todos” abran su interioridad, para que participen en el diálogo de grupo.
Sin embargo, las dificultades a la hora de abrir el alma siguen ahí. Uno siente el deseo de guardar ideas, miedos, heridas, que no quiere manifestar a los que están a su alrededor.
Cada ser humano encierra en su interior un cúmulo casi incontable de experiencias, recuerdos, sueños, sentimientos profundos de alegría o de frustración.
Abrir el alma, sea cual sea la situación de uno, no resulta fácil cuando hay miedo al juicio de los demás, o cuando uno sospecha que provocaría heridas a otros, o cuando prefiere no comentar una situación que se prolonga en el tiempo y genera no pocos sufrimientos.
En ocasiones, uno es visto por quienes lo conocen como una persona segura, estable, buena, mientras en su interior hay un mundo de zozobras, incluso de debilidades, que prefiere mantener ocultas.
Existen muchas dificultades para abrir el alma. Un alma que, si somos sinceros, es también algo misterioso para nosotros mismos…
Solo Dios llega a lo más íntimo de cada uno. Sabe lo que pensamos, lo que hacemos, lo que tememos, lo que guardamos como una ilusión posible o casi irrealizable.
Su mirada está llena de respeto y de cariño, precisamente porque conoce nuestro barro, y porque sabe que necesitamos mucho apoyo y paciencia.
Ha llegado esa pregunta en casa o en un grupo de amigos: tú, ¿qué piensas, cómo te va?
Nadie nos debe obligar a abrir ese núcleo interior que llevamos dentro. Si lo deseamos, podemos manifestar algo de nuestro corazón. Pero si tenemos motivos para ello, dejaremos en la penumbra rincones de nuestras almas que preferimos sean conocidos solo por un Dios que siempre nos ayuda y nos acompaña.
Imagen de wal_172619 en Pixabay