Por Jaime Septién
A los 89 años nos ha dejado quien fuera presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y entrañable amigo de un servidor y de esta casa editorial, don Mariano Azuela Güitrón. Como bien lo señala en un artículo de interiores de este número otro de nuestros consejeros editoriales, Felipe Monroy, se nos ha muerto cuando estamos al borde de una “reforma” a todo el sistema de justicia de nuestro país que, según muchos analistas, puede conducir a México al impredecible reino de la anarquía, el desorden y el derecho dominado por los que tienen el poder.
La ética de don Mariano fue impecable. Luchó por el derecho a la vida desde la más alta tribuna judicial del país. Enfrentó con dos armas que no deben faltar a quien se dedica, desde la fe cristiana, a estos embates de la (supuesta) modernidad: competencia profesional y espiritualidad sin alharacas ni espantajos del infierno. Cuando tuvo que aceptar decisiones de la Corte con las que no estaba de acuerdo fue comprensivo, pero absolutamente firme. Nunca dejó de decir lo que en conciencia pensaba ni de cumplir con los más altos encargos de la nación.
¡Qué falta nos hace ahora que en aras de la democracia se quiere volver al autoritarismo de una sola voz; al derecho de los que quieren el derecho para ellos y sus cuates! Allá por 2007 le pregunté cómo debíamos responder los católicos ante la avalancha que se nos venía por la legalización del aborto hasta las 12 semanas de gestación en Ciudad de México.
Su respuesta fue sencilla y, a la vez, cristiana: lo que no se puede cambiar por la ley se puede cambiar con el testimonio, con la educación en la familia, inculcando suavemente en los jóvenes el respeto a la vida en todas sus manifestaciones. Es fácil, pensé yo en su momento, lo sigo pensando ahora, echarle la culpa a las leyes, a los políticos, a los desgraciados que nos traen del ala con sus disposiciones legales. No digo que no tengan culpa. Pero ¿del alejamiento de la fe, del irrespeto por la vida, de la venganza como virtud y de la virtud como estupidez, no tendremos también la culpa nosotros?
Descanse en la paz de Dios mi querido don Mariano. Nos deja una tarea. Ser valiente como usted lo fue. Perdón (así me lo exigiste): como tú lo fuiste.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de junio de 2025 No. 1560