Por P. Fernando Pascual
Todos necesitamos un ideal que ilumine, que dirija, que concentre nuestras energías interiores y dé sentido a la vida.
Cuando el ideal es bueno, orientamos nuestro ser a la plenitud, y trabajamos para emprender proyectos que tanto bien hacen a los demás.
Somos felices cuando nos dejamos guiar por ideales buenos, sobre todo por el ideal por excelencia de toda vida humana: amar a Dios y a los hermanos.
En un libro publicado hace años, el P. Irala explicaba esta idea con las siguientes palabras:
“El mayor ideal de la vida es realizar en cada instante el ideal de Dios, su santísima voluntad. O lo que es lo mismo: sentirse en todas las cosas en armonía con el pensamiento del Creador, con su sabiduría infinita. Que vivamos con plenitud y gozo: vida física saludablemente conservada. Vida moral, sin claudicaciones: deber, justicia, verdad. Vida intelectual seria y ordenada. Vida del corazón con dos movimientos: para darse y guardarse. Pero sobre todo, vida espiritual intensa, clara y profunda, primeramente interior, para ser luego apostólica. Vida también con gozo: que el servir, orar y aun sufrir, entran, deben entrar, en el gran gozo que es Dios”.
Dejarnos guiar por ese mayor ideal, según el P. Irala, incluye, entre otras, estas cuatro dimensiones o momentos:
- “Entregar el pasado a Su Misericordia y el futuro a Su Providencia, para vivir alegres en el presente. Entregarle el cuerpo y el alma para que los cuide y disponga de todo según su voluntad.
- Tomar como único ideal en cada instante, darle el mayor gusto posible por el deber cumplido, por la caridad con el prójimo, por el apostolado, por la oración fervorosa.
- Libertado el corazón de otros afectos, preocupaciones y deseos, dar entera posesión de él «al Corazón Amante y no Amado», entronizándole en nuestro corazón, haciéndole rey absoluto y soberano, para consolarle de la herida agudísima que le causan las almas escogidas que no le reciben o que solo le dan un rincón del corazón.
- Sentir su presencia amorosa en nosotros por la gracia, adorarle, hacerle compañía en este templo vivo, y, sobre todo, consultarle sus deseos y pedirle órdenes, dejándole reinar en nuestros sentidos, potencias, afectos y obras”.
Se trata de un programa ambicioso, pero realmente bello. Porque la vida tiene sentido cuando vivimos en el amor y para el amor. Porque solo importa enraizar nuestro ser Cristo, que es Camino, Verdad y Vida.
Si nos dejamos encontrar por Cristo, si le permitimos ser luz y fuerza de nuestro interior, habremos alcanzado el mejor ideal, aquel que sirve para el presente y nos lleva a la vida eterna.
(Los textos aquí transcritos proceden del capítulo 18 del siguiente libro: Narciso Irala, Control cerebral y emocional, Mensajero, Bilbao, diversas ediciones).
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