Por Ma. Elizabeth de los Ríos Uriarte

Desde la elección de su nombre supimos que el papa León XIV asumiría el reto de conciliar la doctrina social con las grandes “revoluciones” de nuestros tiempos, por lo que no es complicado leer su primer mes como Vicario de Cristo a la luz de la doctrina social que se deja interpelar por, al menos, tres características del mundo actual:

1.- La “revolución digital”. Hoy vivimos y habitamos el espacio digital como otrora habitamos el espacio de las máquinas industriales. Lo digital ha transformado nuestras vidas a veces para bien y otras no tanto. La revolución digital ha traído consigo una contracción del tiempo que nos permite estar en varios sitios con sólo un clic de distancia, pero por ello ha erosionado la capacidad de vernos unos a otros, y disfrutar el presente de ese instante de encuentro.

También, el mundo digital ha abierto espacios para generar nuevas soluciones a diversos ámbitos de nuestra vida: salud, educación, trabajo, ejecución de tareas en menor tiempo y mayor precisión etc., pero sus bondades parecen tener también otra cara: la del progreso que explota y avanza vorazmente dejando sólo ruinas sobre ruinas y pedazos de historias que no pueden completarse. Lo digital transcurre en un tiempo sin tiempo y la recuperación de la vida humana requiere tiempo para florecer.

Su aceleración propicia que lo que hoy se descubra queda obsoleto mañana, haciéndonos caer en un espiral ascendente de mutaciones que no deja cabida a la pausa y, menos aún a la admiración, fuente primaria del deseo de saber, natural a cada ser humano.

El reto es enorme: vivir la revolución digital con rostro humano, sin perder la vida y sin perder la identidad personal. No caer en las redes de las predicciones algorítmicas y, al mismo tiempo, valerse de ellas para permitir el desarrollo del espíritu creativo de las personas.

La tecnología se vuelve así en un lugar que interpela a la doctrina social, sus principios, sus valores y sus ejes y, desde ahí debe leerse, interpretarse y usarse.

2.- La “revolución” de las polarizaciones sociales: de un lado al otro del mundo encontramos hoy la cultura de levantamiento de muros por encima de la cultura del encuentro y esos muros no son más de concreto sino de palabras. Las diferencias se exacerban y generan divisiones mientras que las discusiones pequeñas se convierten en motivos de odio y ataques constantes. La cancelación del otro, incluso antes de escucharlo, han abierto trincheras entre unos y otros llegando a dos guerras de largo recorrido que no terminan de mediarse.

Hacer que las diferencia son sean motivo de odio es el reto que se asume en nuestros tiempos y, para ello, la participación y el bien común, ambos principios de la doctrina social deben releerse a la luz del mensaje evangélico y de las bondades del diálogo ecuménico. Abrir puentes de entendimiento, empezando por la revisión de los propios prejuicios y modos de entendimiento del mundo y de los otros es un segundo tema en el que la doctrina social debe tener una voz rectora actualmente.

El escenario mundial necesita de líderes que tiendan a la paz despojándose de sus pretensiones de grandeza y tocando la miseria humana sin miedo y como lugar de reconstrucción porque aún de las ruinas, puede reconstruirse la esperanza.

3.- La “revolución” del sin sentido: en medio del caos y desorden que impera, particularmente desde la pandemia por COVID 19, es posible encontrar a Dios y escucharlo. Este es un desafío de los más grandes que la doctrina social ha tenido desde siempre pero que, ahora, con la nueva reconfiguración de la vida después de la pandemia, se ha vuelto aún más arduo. Insistir en que, en medio del ruido, es posible escuchar, que en medio del horror es posible tener compasión, que en medio de la indiferencia, es posible mirar con el corazón la realidad y a los otros, que en medio del sin sentido de tantas cosas y de tantas personas, es posible encontrar paz y construir una vida plena son tareas que sólo son posibles si en ellas encontramos la dignidad de cada uno como hijas e hijos de Dios que no deja de mirar con atención plena nuestras vidas y de resguardar nuestros caminos.

Así, la revolución digital, los discursos polarizados y el sin sentido de la vida son los lugares desde los que hay que replantear la doctrina social y permitir que, desde ella, se erijan reflexiones y se tejan posibles caminos. Hoy, como antes, es necesario ver, juzgar, actuar y celebrar la Vida.

 
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay


 

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