Por P. Fernando Pascual

Los hombres llegan y pasan. La Iglesia “dura”, porque está en manos de Cristo.

Hay tormentas, hay conflictos, hay herejías, hay pecados. Pero Cristo no pasa, ni la Iglesia puede quedar abandonada.

Sabemos que Cristo guía los pasos de la historia, y dirige, a veces de modos sorprendentes, la nave de la Iglesia.

Las tormentas pueden asustarnos, incluso llevarnos a la duda, como si nuevamente el Maestro durmiese en la nave.

Sabemos, sin embargo, que Jesús guía siempre a su Iglesia. La defiende ante los ataques del demonio, la purifica de los pecados de sus hijos.

Necesitamos recordar siempre que Cristo tiene en sus manos a la Iglesia, para mantener viva la esperanza y para no dejarnos dañar por las intrigas humanas.

Las puertas del infierno lucharán contra los hijos de la luz, buscarán que la Iglesia se aparte de la fe, pierda la esperanza, ahogue la caridad.

Pero Cristo ha vencido. Su victoria nos llena de alegría, y nos invita a mantener viva la lámpara de la fe hasta que Él vuelva.

La Iglesia necesita recordarlo siempre, para ponerse, dócilmente, en manos de Cristo, y prepararse, cada día, a la llegada definitiva de Su Reino.

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay


 

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