Por Arturo Zárate Ruiz

Parte normal de nuestra vida es el rendir cuentas a los demás. Pregúntele al SAT. Normal también, aunque incorrecto, es que desde niños busquemos deslindarnos de las responsabilidades no cumplidas y de nuestro mal comportamiento. Se nos sale decir, en no pocas ocasiones, un “yo no fui” aun si tenemos toda la cara embarrada de pastel.

Lo expresamos, y aun nos lo creemos, de muchas maneras.

He allí la excusa de “fueron las circunstancias sociales”.

Por supuesto, se dan. Hay personas que carecen de todo por su pobreza. También las hay que se les ha dado todo en excesiva abundancia y están demasiado acostumbradas a ver cumplidos siempre sus más extravagantes caprichos. Hay personas que nunca fueron a la escuela. Hay quienes todavía siguen, de fósiles, cursando su décima séptima carrera universitaria. Ya llegará el tiempo de empezar a trabajar de darse las oportunidades, dicen.  Hay personas maltratadas por los padres. Las hay también las demasiado mimadas, con su chupón y en las piernas de mamita a los 45 años. Si vives en un país donde los políticos roban, como uno más de ellos podrías pensar que debes pagarte una cena con los amigos con dineros públicos. Lo hacen todos, consideras, y te motejarían de tonto si no aprovechas tu cargo para enriquecerte. Si creces en otro país donde además se practica y aprueba el aborto, no te opones de ningún modo a este horrible asesinato porque perderías apoyo y posibilidades de ganar en las elecciones. Como tus padres te obligan a sacarte buenas calificaciones y, como no estudiaste, copias del examen de tu compañero (cuidado, no lo copies todo, pues en la línea de arriba va el nombre del estudiante). Como tus amigos acostumbran emborracharse y visitar lupanares, tú también lo haces, no vayan a tildarte de gallina. Como la ideología predominante divide la sociedad en obreros y empresarios, y dice que los primeros son unos angelitos y los otros unos diablos, jamás te atreves a reconocer que aquéllos no son siempre angelitos y éstos no siempre diablos, es más, que el mundo no se divide así. Como algunos profesores que presumen de muy inteligentes en las universidades niegan a Dios, órale, tú también para que no te tilden de bobalicón. Como niegan además la posibilidad de cualquier verdad, aun que 2+2=4, tramposamente como patrón le aseguras a tu empleado que 2+2=3 a la hora de pagarle su salario. Te lavas, en fin, las manos como Pilatos y te tranquilizas con el rollo de las “circunstancias sociales”.

Y si faltasen éstas, he allí las “circunstancias personales”. Que tu reloj despertador se atrasó. Que tu auto se descompuso. Que se te olvidan los nombres de las personas o las fechas o los teléfonos. Que te duele el bigote (puedes decir mejor que es el dedo chiquito del pie). Que estás muy triste porque se murió el pececito dorado de tu sobrina. Que te aprieta el tercer zapato. Que no apuntas las instrucciones porque la pluma es chiquita, y no la sabes usar. Que tampoco lo haces porque la pluma es grandota y no la puedes agarrar. Que no vas a trabajar porque hace mucho sol, y te lastima. Que no vas a la escuela porque puede que llueva y no quieres arriesgar un resfriado. Que se te van los ojos, y las manos, frente a una mujer bonita, y que no puedes evitarlo. Que, porque el acento de tu vecino es distinto al tuyo, no lo comprendes cuando atentamente te pide que no tires basura en su jardín. “Yo no hablar tu idioma”. Que no respetas la ortografía porque la computadora no provee un auto corrector. Que, porque tenías mucho trabajo, y esto si es un problemón, olvidaste el cumpleaños de tu novia. Lávate de nuevo las manos ahora con eso de las “circunstancias personales”.

Vendrá, sin embargo, el Día del Juicio Final. Más nos vale desde muy antes reconocer nuestras culpas, pedir perdón desde ahora sinceramente, que, por muy piadoso que sea Jesús no se tragará al fin de los tiempos eso del “yo no fui”, eso de “mis circunstancias sociales y personales”. Todavía gozamos, aun cuando muy pequeñitas, las oportunidades para hacer el bien y rechazar el mal, y la libertad para lograrlo. Acudamos al Confesionario, rindamos cuentas ante el juez que hoy absuelve, y convirtámonos.

 
Imagen de VARAN VARAN en Pixabay


 

Por favor, síguenos y comparte: