Por Martha Morales
Dice el salmista: “Me he convertido en extraño para mis hermanos y en extranjero para los hijos de mi madre. Porque el celo de tu casa me ha consumido, y los vituperios de los que te injurian han caído sobre mí” (S 69, 8-21). Parafraseando al salmista digo: Aliens factus sum, me he convertido en forastero en la casa de mi madre. Así se siente el alma cuando llega la prueba.
Misteriosamente el Señor que es bueno y compasivo, decide compartir su Pasión con algunos de sus amigos. Eso es muy duro porque acompañado de las tribulaciones viene también el desprecio y el abandono. Hay que confiar en Dios y no abandonar la fe. Algún día el mismo enjuagara nuestras lágrimas (Ap. 21,4).
No queramos comprender las purificaciones que Dios nos manda, como le pasó a Job. Podemos decir al Señor: “no tengo más refugio que ocultarme en tu divino Corazón”. Cuando suframos hay que considerar que, efectivamente, los tiempos y los planes de Dios son perfectos. Nos dice el profeta Isaías: “En la quietud y en la confianza está tu fortaleza” (30,15).
La gran tentación de Israel en los cuarenta años en el desierto fue la murmuración. El tiempo de prueba a veces no lo aprovechamos para crecer sino para murmurar. Israel tuvo que pasar por el desierto para conseguir la promesa, y Jesús tuvo que pasar por el desierto antes de llegar a su ministerio. En el matrimonio también se pasan pruebas y se sale adelante con fidelidad, pero si se buscan las sensaciones, se cambia a una esposa más joven y se busca lo instantáneo, lo que conduce a un placer del momento, no a la felicidad. Todos los cristianos tenemos que pasar por un desierto, pero la persona que tiene fe profunda pasa por un desierto espiritual donde no sólo hay sequedad sino también hay ataques del demonio. Todos los santos han pasado por su desierto.
¿Cómo se pasa un desierto? Con fidelidad, así pasó Israel su desierto a trompicones, con la ayuda de Dios y la intercesión de Moisés.
Dios habla a través de un hombre, de Moisés. La obediencia del pueblo de Israel a Moisés era obediencia a Dios, su desobediencia era desobediencia a Dios, no a Moisés. Les acompañó la murmuración. Ahora la murmuración en la Iglesia es más sofisticada, y si no seguimos al Papa, no seguimos a Dios.
Santa Teresa tuvo veinte años de desierto, si no los hubiera tenido, no la hubiéramos conocido, hubiera sido una monja más del siglo XVI. Eso la templó. No tengo deseo hacer oración, pero la hago. No tengo deseos de ir a Misa pero voy. El proceso de la promesa de Dios es lento.
Un profesor pone pruebas para saber si sus alumnos aprendieron. Dios nos pone pruebas –no para saber cuánto podemos o sabemos-, Él conoce todo, nos prueba para enseñarnos lo que nosotros no sabemos, para que conozcamos nuestra debilidad. Cuando reconocemos que somos débiles, crece nuestro deseo de tener una fe más sólida, de tener más esperanza y más caridad, para aceptar lo que nos mande, y nos da la gracia mientras no perdamos la confianza en Él.
Cuando tengas dificultades y te preguntas dónde estará Dios, acuérdate que el maestro siempre guarda silencio durante la prueba.
En la vida, los conflictos existen, el problema está en cómo se afrontan. El tiempo de prueba es tiempo de oración. La pedagogía de Dios es misteriosa, estricta y santa. Siempre está dirigida a un crecimiento espiritual que lleva sobre todo beneficios eternos. El que obedece a Dios, a pesar de lo inexplicable e impredecible de su pedagogía divina, triunfa y alcanza la gloria eterna. Dios busca darnos beneficios eternos primero, antes de otorgarnos cualquier bien temporal. El Espíritu Santo es el que realmente va a deshacer los conflictos.
Sería una santidad engañosa si no pasáramos por la prueba o por la tribulación. Le dice Jesús a una santa: “Por ningún motivo prestéis atención a las difamaciones y calumnias porque es parte del plan de mi adversario para que no escuchéis mi voz. Lo mismo hicieron con Jeremías, Daniel y Elías”.
Aquel que padece pruebas o cualquier clase de tribulación y las sobrelleva sin mermar su amor a Dios, alcanza en poco tiempo un grado de santidad elevado, aunque a los ojos propios y ajenos pase desapercibido.
Lo importante es que nosotros seamos buena tierra para Dios. Que lo que él quiera hacer en nuestra vida con nosotros, pueda hacerlo. Ana Catarina Emmerick afirma que sufrir pacientemente es el estado más digno de un hombre sobre la tierra. Si un ángel pudiera tener envidia la tendría del hombre que padece por Dios.
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