Por P. Fernando Pascual

Hay personas difíciles para tratar. Actúan con indiferencia hacia otros, responden con sequedad, incluso con señales de poco aprecio, reprenden continuamente, viven en su mundo sin empatía ni tacto.

¿Por qué una persona actúa de manera poco amigable? ¿Por qué parece impermeable a las relaciones cordiales? ¿Por qué se encierra en su mundo y no percibe lo que sus palabras y gestos producen en los demás?

Las explicaciones pueden ser varias. Hay personas que son difíciles para unos, pero más cordiales y humanas para otros, con una especie de selectividad de trato que pueden tener diversos motivos.

Otras personas son difíciles para casi todos: en casa, en el trabajo, en las relaciones de “amistad”, en los encuentros casuales (un tren, un autobús, un barco, una sala de espera).

La persona difícil puede ser simplemente huraña: protege su intimidad y reacciona con cierta dureza si alguien quiere ir más allá de la puerta de su aparente educación.

Otras veces ha adquirido principios y convicciones que le llevan a juzgar a todos según parámetros muy elevados: quien no alcanza a vivir según sus ideales, queda relegado a un lugar inferior, casi como si mereciera ser despreciado.

En ocasiones, la persona difícil está dolida por experiencias del pasado. Haber fracasado en una relación, o sufrir por culpa de un engaño, o constatar la inconstancia de otros, son experiencias que le llevan a enrocarse en sí misma.

Cuando nos encontramos con alguna persona así, podemos tomar diversas actitudes: dejarla a un lado, defendernos de ella, o simplemente tratarla solo cuando sea imprescindible y por el menor tiempo posible.

Podemos, también, adoptar una actitud de respeto, de apertura discreta (no podemos obligar a nadie a corresponder a nuestro afecto), de colaboración, por si llega el día en que se deshace el hielo.

Si la persona difícil mantiene sus actitudes poco agradables o lanza respuestas impositivas o incluso teñidas de desprecio, habrá que defenderse para no dejarnos dañar por ella, pero sin rencores, evitando cualquier deseo de revancha.

Siempre podremos rezar por esa persona difícil. Pase lo que pase en su corazón, es amada por Dios. Quizá algún día, nuestra oración y nuestro trato educado y disponible harán posible que se abra un poco y así podremos entrar en esa comunión que tanto embellece el camino de la vida.

 
Imagen de Peggy und Marco Lachmann-Anke en Pixabay


 

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