Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

La visión del profeta Ezequiel, sobre el valle de los huesos esparcidos por el suelo y que estaban completamente secos (37, 1-3); Dios sabe que esos huesos volverán a revestirse de carne. El Señor infundirá un espíritu de vida para que revivan.

Más allá de la interpretación exegética, -que se refiere según los expertos, al retorno del cautiverio del pueblo de Israel, nos sirve para contemplar a nuestro México, por sus terrible problemas aparentemente insolubles, como un valle de huesos secos: los crímenes del narcotráfico que se ha erigido como narcopoder en algunos gobiernos; los dolorosos y numerosos feminicidios que hablan del bajísimo nível al que se ha caído por esa deleznable infravaloración de la mujer que podría ser principio de vida y de hogar; la cerrazón del corazón por las ideologías contra la persona y las familias que llevan a la violencia de las palabras a las que solo les falta dar un paso para la violencia de los actos; esa mentalidad miope de crear enemigos a diestra y a siniestra con la fuerza de los sofismas; los miles de asesinatos y entierros clandestinos; el tráfico inhumano y cruel de niños, de mujeres,  y de órganos; los millones afectados por la pobreza laboral; la deplorble confusión de la información falsa con la información verdadera, violando flagantemente el derecho a la verdad.

Nuestra tierra se ha convertido de valle de lágrimas, en un valle de huesos secos, en el desierto donde no florece la vida.

Ante este panorama dantesco, necesitamos que Dios Padre por Cristo resucitado nos envíe su Espíritu Santo, para renovar nuestra tierra, para curar nuestras almas rotas. Necesitamos la presencia del Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida,-como lo proclamamos en el Credo Nicenoconstantinopolitano.

Ahora más que nunca necesitamos una ‘teología orante’ que nos permita clamar desde el corazón nuestra orfandad para que venga a consolarnos el ‘Padre de los Pobres’, ‘el Dios de todo Consuelo’. Solo él puede llevarnos a esa experiencia interior de la presencia de Dios en Cristo. Solo él nos puede llevar a saborear la vida en ‘el Espíritu’, ante la vida extrovertida y narcisista que padecemos con terribles consecuencias personales y sociales. Solo él nos permite sentir la presencia callada de Dios en nuestro corazón, más allá de la dialéctica de la mente, su fuego abrazador  nos llena de su amor y del amor. Él nos lleva a la verdad de la caridad y a la caridad de la verdad, ilumina para conocer e inflama para amar en la caridad, como enseña Isaac de Estela.

En la Santa Escritura encontramos dos afirmaciones sobre Dios: ‘Dios es Luz’ (1 Jn 1,5) y que ‘Dios es Amor’ (1 Jn 4,8). Ambas se unen y nos pueden llevar a la oración contemplativa y mística, al arrebato y al éxtasis..

¿Por qué hemos llegado a ser como ese inmenso campo de ‘huesos secos’? San Agustín nos da la clave en su obra la Ciudad de Dios, XIV, y el 28: ‘Dos amores han fundado dos ciudades, el amor a uno mismo hasta el deprecio de Dios ha fundado la ciudad terrena; el amor a Dios hasta el deprecio de uno mismo ha generado la ciudad celeste’.

El amor a uno mismo puede ser bueno en esa perspectiva de quien es capaz de recibir amor y de dar amor; el amor ególatra, se cierra a Dios y a los demás: es destructivo y tóxico.

En el Espíritu Santo, además de esa capacidad para amar a modo humano que tenemos naturalmente, nos capacita para amar a modo divino; nos libera de la prisión del egoísmo, nos concede el gusto y el gozo de poder amar en él y por él. Orientarse al Espíritu Santo, volcar la propia voluntad y el afecto al Espíritu Santo, nos someterá a su dulcísimo imperio. Solo él puede realizar el milagro de renovar la faz de la tierra.  Convertir el desierto de la vida y el campo de huesos secos, en un paraíso de amor.

Nuestra felicidad depende de amar; nuestra infelicidad, simplemente de no amar. El gran problema, a veces, del solo conocimiento, lleva al poder; esa fue la experiencia de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial; solo un científico conocía el poder del átomo. Por eso iniciaron su carrera de superación en el campo del conocimiento. El amor, no lleva al empoderamiento, sino al servicio.

El Espíritu Santo, a su apertura sincera y precedida de una constante y humilde limpieza de conciencia, -él la produce por la esperanza, puede llevarnos a salvar nuestra nación y el mundo entero de la ruina; agonizan por el egoísmo, verdadero enemigo de la persona humana y su antítesis.

Hoy le decimos a Jesús resucitado: ‘Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra, nuestra tierra, nuestro México’.

Esperamos con honda sinceridad, gran fe y esperanza, tus palabras consoladoras y llenas de vida: ‘Reciban el Espíritu Santo’ ( Jn 20, 19-23).

 
Imagen de svklimkin en Pixabay


 

Por favor, síguenos y comparte: