Por P. Fernando Pascual
Puede ocurrir, al hacer un balance de la propia vida, que uno llegase a verla como un camino lleno de fracasos y frustraciones.
No se realizaron los mejores planes y sueños de la juventud. La carrera no llegó a una meta satisfactoria. La vida familiar fue una fuente continua de conflictos y tensiones.
La vida profesional no brilla por logros importantes ni por reconocimientos: parece la de un empleado gris, sin satisfacciones por lo realizado.
La misma vida espiritual es vista como incompleta, pobre, vacía de consolaciones y, por desgracia, con huellas de egoísmo y de pecado.
Un balance así llena de tristeza: ¿qué sentido puede tener una vida como esta? ¿Cómo confrontarse con tantos aspectos negativos?
Un balance como el anterior, incluso si fuera realista, sería incompleto si dejase de lado una dimensión clave de toda existencia humana: la que permite cambios y conversiones para cualquier historia y a cualquier edad.
Es cierto que el pasado deja huellas imborrables: quienes han entrado en el túnel de ciertas adicciones lo saben perfectamente: quedan siempre heridas en el cuerpo y en el corazón.
Pero también es cierto que todos somos mucho más grandes que nuestro pasado, precisamente porque contamos con la posibilidad de abrirnos a Dios, recibir su perdón, encender la esperanza, y recomenzar de nuevo.
Recomenzar, desde luego, no significa borrar el pasado: nuestra historia sigue ahí, con todo lo bueno (que lo hay) y lo malo que pueda habernos ocurrido.
Recomenzar significa asumir ese pasado, mirar con ojos nuevos el presente, y descubrir mil posibilidades que están abiertas, invitándonos a un camino de amor y de esperanza.
Para algunos ese camino se llamará voluntariado. Para otros, simplemente reconstruir los lazos con la familia. Para muchos, abrirse al mundo de la oración que consuela y que renueva.
Por más negativo que pueda ser el balance de nuestras vidas, será siempre incompleto si no se abre al gran evento que ha cambiado la historia humana: la venida de Cristo al mundo como Salvador y como misericordia para todos, y también para mi corazón herido pero abierto a la esperanza.