Por Rubicela Muñiz
Derivado de la sobreexposición de jóvenes y adultos a la tecnología y las redes sociales, en los últimos años los especialistas se han dado a la tarea de definir este comportamiento con términos como FOMO, el miedo a perderse eventos, experiencias o información relevante que se comparte en las redes sociales; Nomofobia, miedo o ansiedad a no tener acceso al teléfono móvil o a no poder utilizar las redes sociales; y el más reciente: “Cerebro popcorn”.
Este último, es un término acuñado por la neurociencia para describir un cerebro sobreestimulado por el consumo excesivo de contenido rápido en las redes sociales (TikTok, reels, YouTube, shorts). Dicha conducta se compara con el accionar de los granos de maíz cuando son sometidos al calor: se disparan en todas las direcciones y se convierten en palomitas. Esto solo refleja un cerebro multitareas, que no tiene la capacidad para concentrarse en tareas profundas.
De acuerdo a la experiencia de la psicóloga y terapeuta familiar, Adriana Morales*, hemos llegado a este punto “porque vivimos en un mundo que nos empuja a ir rápido, a estar siempre disponibles, a no perdernos de nada… pero en el intento, nos estamos perdiendo de nosotros mismos. Nuestra mente, como un músculo que ha sido sobreestimulada, ya no sabe cómo detenerse. Ha aprendido a moverse al ritmo de notificaciones, alertas y recompensas inmediatas, olvidando el arte de estar simplemente
en el presente”.
Y advierte que la concentración no se ha esfumado por debilidad, sino porque la hemos saturado de estímulos. “Y no es solo culpa de las pantallas, sino de una cultura que valora más la productividad que el bienestar, más la inmediatez que la profundidad. Incluso actividades sencillas, como desayunar, leer un mensaje o conversar con alguien, se han vuelto difíciles porque el cerebro ya no reconoce el silencio como un espacio seguro, sino como una ausencia de estímulo. Nos cuesta sostener una sola acción porque nuestro entorno nos ha enseñado a dividirnos en mil fragmentos a la vez”.
Para Adriana, nos encontramos en este punto porque necesitamos sentirnos conectados. Y en esa búsqueda, confundimos conexión con consumo. “Lo bueno es que esta historia no termina aquí. Porque, así como llegamos a este punto, también podemos regresar. Con ternura, con intención, con pequeños desafíos que nos reconecten no solo con la atención, sino con el placer de vivir en lo simple”.
Ante la pregunta de por qué nos resulta tan difícil resistirnos a los estímulos digitales, la especialista, explica que estos están diseñados para ser adictivos, y se comprueba cuando el sistema de dopamina se activa con cada “me gusta”, notificación o mensaje nuevo. “Pero además, la conexión inmediata y el acceso constante crean una ilusión de control y pertenencia, dificultando que queramos desconectarnos. El cerebro se ha acostumbrado a recompensas breves, dejando de disfrutar lo sostenido y lo profundo”, agrega.
Consecuencias
El “cerebro popcorn” o sobreestimulado no solo afecta nuestra productividad o nuestra salud mental, sino que también deteriora nuestras relaciones interpersonales.
Los estímulos digitales, sostiene Adriana, “nos alejan de los vínculos reales. Se interrumpen conversaciones, se posterga el tiempo de calidad, y en muchos casos, los puentes emocionales se enfrían hasta romperse. Es fácil enviar un mensaje, pero cada vez se nos complica más sentarnos a mirar a alguien a los ojos y escucharlo sin distracciones. Esto genera malentendidos, desconexión y, en ocasiones, rupturas emocionales difíciles de reparar”.
Para la también miembro de Asociación de Psicólogos Católicos, el hábito de mantenernos constantemente conectados, afectando pensamientos, sentimientos y conductas “se deriva de un entorno hiperacelerado donde se premia la rapidez y no la profundidad. Una cultura basada en recompensas instantáneas y consumos momentáneos. La falta de vínculos afectivos seguros que nos anclen a lo humano, y modelos de crianza y educación que no promueven la atención sostenida ni la gestión emocional”.
Y sugiere tres ingredientes clave para revertir esta conducta:
- Decisión: Reconocer que hay un problema y comprometerse con el cambio.
- Perseverancia: Habrá recaídas; lo importante es regresar al propósito.
- Plan de trabajo: No basta con “querer”; hay que tener un camino claro, con objetivos distintos a solo “dejar el celular”. Se trata de sustituir hábitos, no solo eliminarlos.
Finalmente, propone algunas estrategias para recuperar el control del cerebro, como: escribir a mano, caminar descalzo, cambiar de lugar la rutina diaria, charla sin pantallas, activar los sentidos y describir las sensaciones; momentos de silencio y de actividades tangibles (manualidades, cocina, escritura) para despertar el cerebro y activar la creatividad.
*Psicóloga Adriana Morales: biopsicqro[at]gmail.com WhatsApp: 442 282 8708.
Vínculos rotos
*El “cerebro popcorn” o sobreestimulado no solo afecta nuestra productividad o nuestra salud mental, sino que también deteriora nuestras relaciones interpersonales.
Test de Autodiagnóstico
*¿En qué fase está tu “cerebro popcorn”? Responde sí o no a cada afirmación. Luego, suma tus respuestas afirmativas.
Pregunta SI/NO
l1. Reviso el celular sin razón aparente más de 10 veces por hora.
l2. Me cuesta terminar una tarea sin distraerme con otra cosa.
l3. Me siento ansioso si no tengo acceso a internet o redes sociales.
l4. Me aburro fácilmente si no hay estímulos visuales o auditivos.
l5. Me cuesta mantener una conversación sin mirar el celular.
l6. Me despierto o duermo con el teléfono en la mano.
l7. Me cuesta leer más de una página sin distraerme.
l8. Siento que mi mente “salta” de un pensamiento a otro constantemente.
Resultados por fase:
l0–2 respuestas afirmativas -> Fase inicial: Estás a tiempo de prevenir.
l3–5 respuestas afirmativas -> Fase intermedia: Tu atención ya está fragmentada.
l6–8 respuestas afirmativas -> Fase preocupante: Tu mente está en modo palomita total.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 6 de julio de 2025 No. 1565