Por P. Joaquín Antonio Peñalosa
Charolismo, credencialismo, tarjetismo: tres nombres diversos y una sola epidemia verdadera. Como la enfermedad conlleva una inflamación generalizada, es preciso añadir la terminación “itis” que significa precisamente exceso, hinchazón, abultamiento: credencialitis, charolitis, tarjetitis. No son ganas de jugas con las palabras, sino de acabar con la infección nacional que se ha convertido en mal irreversible y crónico.
La cartera, la billetera que antaño sirvió para guardar dinero, hogaño se emplea como imprescindible álbum de una veintena de credenciales que dicen más o menos así: Ayudante Emérito de la Cámara Estatal de Diputados, Jefe de Propaganda del C. Supervisor Municipal de Policía, Subdirector General del periódico de la Suave Patria, El Minutero (periódico que desde luego no existe ni existirá), Director Ejecutivo de las Audiencias del Secretario del Sindicato de Recursos Lacustres de la Ciudad de San Luis Potosí (donde no hay un lago ni para remedio).
Títulos largos, rimbombantes y ultrabarrocos. Títulos irreales, pero impactantes, que de eso se trata, de asombrar, deslumbrar, encandilar, apantallar y sacar raja. Son la equivalencia republicana y democrática de los títulos de nobleza de los antiguos reinos. El actual Director Honorífico de la Sociedad de Intelectuales Revolucionarios y Similares corresponde al nostálgico Conde Duque de los Vallen de Apan, Gobernador General de la Ínsula Barataria y Señor de la mar Océana.
¿Qué cómo conseguir una charola para recoger dinero y resolver sin mayor dificultad los problemas de este perro mundo? De dos maneras; o usted la compra en negocios especializados en vender credenciales —y se venden como pan caliente en algunos sitios del país—; o de plano usted la imprime y falsifica. Que cuando se pierde el sentido ético, cualquier marrullería son pelillos a la mar y aquí no ha pasado nada.
Una vez dueño de la credencial, el indefenso vuélvese invulnerable; el débil, prepotente; el don-nadie, señor-don; el pobretón, ricachón. Un simple cartoncito es capaz de cambiar la mentalidad y la vida de su poseedor, capaz de otorgarle un ascenso económico, un estatus social, un nuevo look, como no deberían decir los avanzados, sino es que hasta le cambia el carácter y la personalidad.
Basta una credencial con mica o sin mica para provocar la metamorfosis más rotunda, como que convierte a un imbécil en periodista, a un guarura en ejecutivo, a un pálido mediocre en un brillante ciudadano.
La tarjetitis da derecho de picaporte, abre las puertas, favorece los enchufes, atrae amigos, repele policías, evita multas, logra granjerías y posibilita cruzar este valle de lágrimas con una rosa inmarchitable entre los dedos.
El gran poeta Rilke visitó al genial escultor Rodin no para preguntarle asuntos de arte y esos tiquismiquis, sino para hacerle la pregunta decisiva: ¿Cómo hay que vivir? Rodin le contestó con una sola palabra: Trabajando.
– Artículo publicado en El Sol de San Luis, 5 de marzo de 1988 y en El Sol de México, 16 de marzo de 1988.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 22 de junio de 2025 No. 1563