Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa

”Vamos a empezar por el principio”, solía decir un viejo profesor al dar su primera clase del año escolar. Éxito es palabra que viene del latín -como el 75 por ciento de los vocablos españoles-, y significa salir de, irse de un lugar, ver por dónde se sale. El rey Minos ordenó al arquitecto Dédalo que levantara en Creta el famoso laberinto, construcción que comprendía un conjunto de corredores entrecruzados, salas y pasos sin salida. La vida es un laberinto nada mitológico, sino tan cierto y cotidiano que abundan los hombres que no encuentran la salida o salen por una puerta falsa que da al vacío.

La civilización occidental proclamó una escala de valores que sobreponía los espirituales -lo auténticamente humano- a lo material. Se hablaba de honradez, de honor, buena fama, fidelidad, justicia, veracidad, palabras que hoy nos suenan a antiguallas pasadas de moda. Se impulsaba al hombre a una tarea de continua superación ética para que no se enredara en laberintos inmorales o salidas en falso en busca del éxito fácil basado en la ambición o en el ansia de dominio, todos estos corredores entrecruzados que no permiten la verdadera salida.

Hoy apenas se habla de ideales y de valores, apenas se admiten las utopías. Nos domina un radical pragmatismo que nos hace olvidar fácilmente el valor humano de nuestros actos y actitudes, sacrificándolo al realismo pragmático de las ventajas inmediatas. No es extraño, pues, que la superación espiritual y los valores éticos y sociales hayan sido sustituidos por el éxito inmediato. Al joven se le educa para que triunfe cuanto antes y como sea.

¿Estamos a favor de los nacidos para perder? De ninguna manera. Todo hombre contrae el deber y la responsabilidad de hacer de su vida, que es única e intransferible, no un laberinto de fracasos, sino una clara salida de éxitos. Con tal que no se confunda el éxito con el tener y no con el ser, con la tortuosa conquista del poder político, del enriquecimiento dudosamente rápido, o la destrucción de quien pueda oponerse a nuestro pretendido éxito. Y esto es lo que observan los sociólogos, que está naciendo la cultura del éxito fácil, triunfar cuanto antes y como sea sin importar los medios, porque cualquier medio es “bueno” para conseguir el triunfo.

El ideal de tantos radica en hacerse del poder y mantenerse en él, obtener ganancias fáciles y fabulosas, ganar más dinero en menos tiempo, figurar en la sociedad para alternar con “la crema de la crema”, como dicen los franceses, sin importar que para estos “éxitos” se recurra a mentiras, apariencias, intrigas, zancadillas, trampas, influencias, deshonestidad o amoralidad.

Esos que creen que han alcanzado el éxito solo porque han asaltado el poder -el poder político, económico o social-, esos no son exitosos, sino fracasados con disfraz. De un hombre mediocre que por caminos tortuosos alcanzó el éxito de la riqueza, decía Pierre Véron: “No deja de ser un asno barnizado”.

Publicado en El Sol de México, 7 de febrero de 1990; El Sol de San Luis, 24 de febrero de 1990.

 

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 7 de enero de 2024 No. 1487

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