Por Cecilia Galatolo
Existe un tipo de inteligencia conectada con las emociones: tiene que ver con nuestra capacidad de reconocerlas y regularlas, así como de percibirlas y respetarlas en los demás. Desarrollar la “inteligencia emocional” nos permite profundizar en nosotros mismos, ser “libres” y no esclavos de nuestras pasiones.
El cine de los últimos años ha entendido muy bien que la calidad de vida también depende de descubrir y analizar el ámbito de las emociones. Pensemos en el éxito que han tenido películas de Disney como Inside Out y Inside Out 2.
Reconocer las emociones para no ser dominados por ellas
¿Cuántas veces actuamos de forma impulsiva y después nos preguntamos: “¿Por qué lo hice?” Tal vez nos arrepentimos o nos sorprende el “valor” que tuvimos en un momento determinado.
De hecho, nuestras emociones –queramos o no– “llegan antes” que el razonamiento. Sin embargo, para vivir de manera sana y ordenada, es necesario aprender a “regular” nuestras emociones, lo cual no significa suprimirlas.
Daniel Goleman ya lo entendió en 1996 y ofrece ideas interesantes en su libro Inteligencia emocional: ¿Por qué puede hacernos felices? Conocer el mundo de las emociones, entrar en él, aprender a dialogar con ellas y dominarlas no es algo trivial, pero sí necesario para construir relaciones serenas, estables y duraderas en la familia, el trabajo y cualquier ámbito que frecuentemos.
Goleman también hace hincapié en el concepto de empatía. Para convivir con otras personas, es importante desarrollar esta cualidad tan humana: saber ponerse en el lugar del otro, sentir lo que el otro siente. Una persona completamente carente de empatía es capaz de cometer los crímenes más atroces. Por el contrario, educar (y reeducar, en el caso de los criminales) en la empatía es una inversión para todo el tejido social.
Cinco áreas para evaluar tu inteligencia emocional
¿Cómo saber cuál es el estado de tu inteligencia emocional? Para responder a esta pregunta, puedes seguir la lista de Goleman y realizar un análisis sobre tu emotividad, preguntándote, por ejemplo, si:
- ¿Eres consciente de tus emociones? ¿Las reconoces y las monitoreas?
- ¿Controlas tus emociones? Después de reconocerlas, ¿las sometes al filtro de la razón?
- ¿Tienes la capacidad de dominar tus emociones? ¿Te gobiernan las emociones o las gobiernas tú?
- ¿Reconoces las emociones ajenas? ¿“Escuchas” los sentimientos de los demás?
- ¿Gestionas las relaciones? ¿Reaccionas no solo emocionalmente, sino que canalizas el impulso emocional de manera constructiva?
Los fundamentos de la inteligencia social
Otro concepto útil para reflexionar sobre nuestras emociones y relaciones es el de “inteligencia social”. Autores como Hatch y Gardner han descrito cuatro habilidades relacionadas con ella:
- Capacidad de organizar grupos.
- Capacidad de negociar soluciones.
- Capacidad de establecer vínculos personales.
- Capacidad de analizar situaciones sociales.
Por el contrario, una persona socialmente incompetente no capta las señales del interlocutor, no muestra interés por los demás, habla solo de sí misma, no sabe cuándo intervenir ni cuándo es mejor callar, generando incomodidad.
La inteligencia social se aprende sobre todo observándola, a través del ejemplo, pero también es necesario tener “espacio” para desarrollarla. Las personas que tienen más problemas en este ámbito suelen ser aquellas que, en su infancia, fueron reemplazadas (por un padre, un hermano mayor, etc.) en sus relaciones con los demás. ¡Así que padres, cuidado con ocupar el lugar de sus hijos en sus relaciones personales!
Las emociones y las virtudes
Además de la relación entre emoción y razón, es importante prestar atención al vínculo entre emociones y virtudes. El filósofo Giacomo Samek Lodovici, en su libro L’emozione del bene. Alcune idee sulla virtù (La emoción del bien. Algunas ideas sobre la virtud, 2010), explica la importancia de despertar en el hombre moderno (al que él define como “homo sentiens”) la búsqueda de virtudes, en una época en la que se tiende a vivir emociones continuas y cada vez más intensas.
En este contexto, las virtudes son desprestigiadas: la persona virtuosa parece sumisa, apagada, como si viviera de manera rígidamente ascética. La virtud se considera un freno irracional a las pasiones.
Sin embargo, el “homo sentiens” no es verdaderamente feliz, porque está inscrito en nuestra naturaleza el hecho de necesitar sentido, normas y límites para nuestras acciones. No se trata de reprimir las emociones, sino de acoger su energía y, lejos de seguirlas de manera anárquica, convertirlas en aliadas en nuestra búsqueda del bien.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 13 de julio de 2025 No. 1566