«¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida!” (Mateo 11, 20-24), reclama el Señor en el evangelio a los pueblos que viendo sus milagros no se convierten.

Por Johan Pacheco – Vatican News

La misión de Jesús que se actualiza cada día en su Evangelio, sigue llamando a la conversión. Como los recuerda el evangelista en la exhortación de Jesús a los pueblos que, aunque viendo los milagros, no se arrepentían de sus pecados: “Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, porque no se habían convertido” (Mateo 11, 20).

La llamada a la conversión es un mensaje esencial en la misión de Jesús, y también tarea de la Iglesia expandir ese llamado y ofrecer un camino para quien acepta el llamado a la vida nueva, como lo enseña el catecismo: “Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva” (1427).

El Año Santo nos ofrece una valiosa oportunidad para dejar brillar la misericordia de Dios, para quien escucha el llamado a la conversión: “No hay mejor manera de conocer a Dios que dejándonos reconciliar con Él (cf. 2 Co 5,20), experimentando su perdón” (23, Spes non confundit). El sacramento de la Confesión, el ejercicio de la peregrinación a la Puerta Santa o a los templos jubilares, -y cumpliendo debidamente las condiciones necesarias- la Indulgencia, pueden ser ya una respuesta a ese llamado a la conversión.

Conversión que también podemos vivir cada día, la conversión cotidiana en los gestos de reconciliación con el prójimo, con la casa común, en la atención a los pobres, en la construcción de la paz, y el ejercicio espiritual y humano permanente que ayude a rechazar el pecado.

 


 

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