Por P. Joaquín Antonio Peñalosa

Hay dos requisitos para hacer una frase célebre, que sea frase y que sea célebre, con permiso sea dicho de Perogrullo. Frase es la primera condición, esto es, que sea un pequeño montón de palabras tensas, cálidas, hirviendo, no una ocurrencia sin gracia, una tesis filosófica, un largo metraje oratorio. La celebridad de la frase proviene de la fama de su autor, de la ocasión singular en que fue pronunciada, de la vibración que ha adquirido al través del tiempo.

Las frases célebres son reflejo de un personaje, el recuerdo de un hecho notable, la pintura de una época, la síntesis gloriosa de un trozo histórico que otorga a su autor ancha y larga fama. Cuauhtémoc sigue viviendo gracias a su valerosa interrogación: “¿Acaso estoy en un lecho de rosas?”; y Hernán Cortés por el “quemar las naves” y don Benito Juárez por “el respeto al derecho ajeno es la paz”. Acaso podría reconstruirse la historia de México a base de frases célebres, sin que faltaran anticélebres (“en política, como en fotografía, no sale el que se mueve ni el que se agacha”).

Algunas frases célebres son tan conocidas del vulgo, que hasta las personas cultas las citan pomposamente. “Ser o no ser”, como afirmó Shakespeare en el Hamlet (y conste que la interpretación de esta frase ha motivado varios volúmenes. “Pan y circo”, pedían para el pueblo las autoridades de Roma; frase que Jovellanos vertió para la España de su tiempo como “pan y toros”; “pan y fut” diríamos hoy para medio mundo. Time is money, frase preceptiva de los norteamericanos que traducida rigurosamente para mexicanos equivale a “hacer tiempo”, “matar el tiempo”, “mañana será otro día”.

Arquímedes salió de su casa loco de júbilo gritando por las calles eureka, que en griego significa “he encontrado”, cuando descubrió la flotación de los cuerpos. Desde el fondo del calabozo, Galileo pronunció la frase que rezuma la dolorosa lucha contra la incomprensión: Eppur si muove y sin embargo se mueve la tierra. César esculpió estas frases famosas: “Vine, vi, vencí”, cuando conquistó las Galias; y “Tú también, Bruto”, cuando cubrió su cabeza con el manto para no ver a su asesino Bruto que pasaba por hijo suyo. Frase célebre, la del griego Aristipo que, al pedir mil dracmas por la educación de un joven, su padre contestó que por ese precio podía comprar un esclavo: “Cómpralo y tendrás dos”, repuso Aristipo.

Y la frase que brotó de Luis XIV de Francia como una realidad tiránica: “El Estado soy yo”. Y la recomendación de una madre de Esparta a hijo que marchaba a la batalla de Martinea: “Vuelve con el escudo o sobre el escudo”.

Tal vez la más generosa de la historia, sea la frase de Fray Luis de León; al salir de la cárcel después de cuatro años donde lo recluyó la envidia y la mentira, regresa a su cátedra en la universidad de Salamanca y, mientras el aula abarrotada espera que el maestro se defienda con ánimo de venganza, Fray Luis comienza: “Decíamos ayer”. Y retoma el hilo de su clase donde lo había dejado hacía cuatro años. Esta frase, esculpida en el pedestal de su estatua, lo ha inmortalizado en los corazones pacíficos; porque se necesita ser aprendiz de santo para saber perdonar.

Artículo publicado en El Sol de San Luis, 30 de julio de 1988; El Sol de México, 2 de agosto de 1988.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 6 de julio de 2025 No. 1565

 


 

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