Por P. Fernando Pascual
Se ha escrito y se escribirá mucho sobre el uso de pantallas (computadoras, tablets y similares) en la educación. ¿Ayudan? ¿Estorban? ¿Cuándo empezar a dejarlas a un niño? ¿Cómo? ¿En qué manera?
El tema no queda solo a un nivel de investigadores: afecta las decisiones de muchas escuelas y de familias, que se encuentran con el hecho de la marea digital y de no pocas presiones sociales.
Los expertos han ofrecido y ofrecerán sus estudios y reflexiones. Pero hay puntos clave que son asequibles a todos: ¿qué bien se obtiene para un niño, un adolescente, un joven o un adulto, en el uso de las nuevas tecnologías?
Esa pregunta supone otra pregunta previa: ¿cuál es el verdadero bien de un ser humano?
Nos damos cuenta de que no podemos reducir el bien a lo que a uno le gusta, pues de lo contrario caeríamos en el arbitrio y en decisiones que tanto dañan a los niños y a los adultos.
Tampoco el bien es simplemente lo que una sociedad considera como bueno en un momento de su historia. Porque, como sabemos, hay sociedades que han considerado como buenos comportamientos que implicaban un enorme daño a millones de seres humanos, como la esclavitud o diversas formas de discriminación sobre minorías.
Ni es bien lo que dice la propaganda. Es fácil darnos cuenta de que las empresas que promueven nuevas tecnologías digitales buscan vender sus productos, por lo que muchas veces están interesadas en crear “necesidades” para que el mercado compre y compre tablets, teléfonos móviles, computadoras portátiles, servicios de telefonía.
Una de esas necesidades creadas surge cuando se promueven lo que algunos autores llaman “neuro-mitos”, entre los cuales destaca la teoría según la cual los niños mejorarían su rendimiento con más pantallas, a veces en detrimento de relaciones personales y vínculos afectivos que resultan fundamentales para su desarrollo. Además, puede ser que se promueva ese neuro-mito sin estudios científicos serios que lo avalen.
Notamos, así, la importancia de este tema y la necesidad de una reflexión seria antes de permitir que un niño pequeño, que apenas está organizando su cerebro y sus emociones, quede atrapado en la trampa de tecnologías que parecen tenerlo tranquilo y ocupado cuando quizá le están haciendo un daño enorme en su desarrollo neurológico y caracterial.
El niño es el centro de toda la tarea educativa. Por ello, todo lo que nos ayude a promover su educación armónica, en un clima sano de relaciones que le permitan desarrollar sus potencialidades (sobre todo desde la motivación y el asombro), será de ayuda. Aunque ello implique usar menos pantallas y así se promueva una educación mucho más atenta a la realidad de cada niño y realmente personalizada.
(Para profundizar en este tema, son de ayuda estas dos obras de Catherine L’Ecuyer, que han sido la fuente de inspiración del presente artículo: Educar en el asombro y Educar en la realidad).