Por Francisco Prieto
El Observador, periódico católico, ha cumplido treinta años. Tres décadas de atender al entorno, a lo próximo y a lo distante desde el principio que aun en estos tiempos del hedonismo y de la no-verdad, donde todo lleva al desvinculamiento, los seres humanos, desde la raíz, no podemos vivir desvinculados.
Aunque no nos demos cuenta por el peso de la circunstancia social que parasitamos, el hecho de hacer visible, presente, el cristianismo, se hace vigente que a pesar de la desigualdad entre los seres humanos la doctrina social de la Iglesia vela por el bien común y el orden social desde el Decálogo que Dios nos legara a través de Moisés, sin lo cual no habría sino entropía, valga decir, desvinculamiento, incomunicación progresiva, condenación de muchos seres humanos, acaso la mayoría, a padecer el aislamiento y el extravío del sentido común.
Aceptar el peso de la ley, en términos actuales, el Estado de Derecho implica padecer la desigualdad natural a una condena. No hay gozo posible sino un llamado a la minusvaloración, al conformismo, el quietismo, la resignación. Pero el cristianismo hizo posible que el judaísmo no sólo perviviese sino que se transfigurase y diera lugar al acogimiento del legado grecolatino.
Cuando Jesús dialoga con Zaqueo, con Pilato, con José de Arimatea, con el centurión romano y con la no judía que le pide la sanación, muestra la atención y la apertura necesaria al otro, a la diversidad, al acogimiento posible desde el punto de partida y encuentro desde una naturaleza común, o sea, desde una igualdad otra y trascendente que da sentido a esa otra desigualdad que propicia el tiempo del resentimiento y, en esencia, el resentimiento a secas.
Un periodismo abierto a la diversidad
Periodismo católico, es decir, apertura radical al mundo, a lo diverso, a no descartar, no desechar, no subestimar. He ahí algo que queda enraizado en los misterios de la Encarnación y de la Resurrección. La naturaleza humana y divina en Jesús, misterio de misterios, habla de agonía, de búsqueda incesante de sentido existencial. Jesús, hombre, suda sangre en el Monte de los Olivos, pide al Padre que aparte de él ese Cáliz pero en la Cruz mira al buen ladrón, se compadece, ora al Padre, le promete el Paraíso, se enraiza en la Divinidad que le es connatural. El buen ladrón ha sido iluminado por la gracia. el bien existe, es posible, el bien conduce a la sospecha de una verdad superior, en ese bien, desde esa verdad resplandece la belleza aun en el momento de una muerte segura que ahora ha cobrado sentido.
Y es que el catolicismo llevará al ecumenismo: a entender que el concepto de cultura es análogo para los católicos, o sea, ni unívoco -al modo romano, hegeliano-marxista, imperialista desde no importa dónde-, ni equívoco-al modo actual en que todo es indiferenciado, tiene el mismo valor -o disvalor-, lo que conduce a la ley del más fuerte. Así, a lo largo de la historia, la Iglesia determinaría desde el Logos griego y el Derecho romano, la preeminencia de una doctrina social que proclamaría la necesidad del imperio de la justicia iluminada por la caridad.
Sin la Palabra de Jesús, el Cristo, no podríamos imaginar siquiera la separación de Estado e Iglesia –“dad al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios”–, la instauración, por tanto, del mandamiento del diálogo ciudadano, la negación del principio totalitario de la Ideología que niega autonomías y entendimiento analógico del concepto de cultura. El Sermón de la Montaña plasma que en realidad el cristianismo se centra en un solo mandamiento: amarás a Dios por sobre todas las cosas, en efecto, sólo que al prójimo como a ti mismo por amor Suyo.
Pero estamos, en México, en el mundo, en una circunstancia única, distinta, terrible, en medio del olvido, de la ignorancia de nuestras vinculantes señas de identidad. Si la vinculación cristiana obró el prodigio de la llamada Reconquista española después de más de quinientos años de ocupación militar –las creencias son más poderosas que las ideologías y el pensamiento político–, asimismo México y los pueblos iberoamericanos se habían mantenido vinculados por la Iglesia católica, motor del encuentro, del mestizaje, de la asimilación de pueblos que en el laberinto de la soledad demográfica se encontraban en un tiempo muy anterior a la modernidad europea (que integró en un virreinato y no discriminó en una colonia, el idioma español, a su vez, sería el facilitador de un entendimiento nacional que daría lugar a una cultura nacional desde la diferencia).
Todo se reduce a competencia
Y es esto lo que se está perdiendo. Desde esta progresiva desvinculación no hay lugar de la reacción de un pueblo contra la imposición totalitaria y la defensa de sus valores -como sucediera en el tiempo de la Cristiada, hay, por lo contrario, sentido de desprotección, de aislamiento, de tristeza porque se ha extraviado el sentido común.
Se va perdiendo una Ética viva, todo se reduce a competencia, lucha de clases, de hombre contra mujer, de mujer contra hombre, y así hasta poner en duda el valor mayor que el catolicismo, que la Iglesia católica ha defendido siempre, el respeto y la defensa de la vida. Nada más anti cristiano que considerar como una opción el aborto, pero el cristiano no puede condenar sin más, puede combatir un principio pero atender a la persona que no sabe lo que hace. He aquí lo que Mauriac, en su célebre libre, llamara “Sufrimiento y Felicidad del Cristiano”. Sin principios comunes vividos, que nos vinculan desde la raíz, no hay policía que coadyuve en la construcción de un orden social suficiente.
El Observador ha sido un recordatorio semanal de que las esencias existen y que hay que revitalizarlas de conformidad con lo que se vive y se padece; que hay verdades que trascienden las modas, que hay, por tanto, verdades que buscar, que reencontrar, que volver a sentir como las verdades del intelecto y del corazón. En este sentido nos habla de la vitalidad católica como principio de entendimiento y de recuperación de nuestras señas de identidad, de nuestra posibilidad de mantener viva la comunicación ciudadana.
Feliz 30 aniversario de El Observador.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de julio de 2025 No. 1567