Por Maria Luisa Aspe Armella

El periodismo católico en México tiene una larga tradición histórica dentro de la Iglesia y de la opinión pública. Ha cumplido, a lo largo del tiempo, una función sociopolítica y sobre todo cultural importante. En medio de los avatares del convulso proceso histórico marcado por la confrontación Iglesia-Estado, la prensa católica logró presentar una interpretación crítica de la realidad, aún en su versión intransigente.

Después de la consumación de la Independencia y en el marco del pleito entre conservadores y liberales, nacieron periódicos católicos con el fin de defender la presencia de la Iglesia en la vida pública y confrontar los procesos de secularización llevados a cabo por un Estado liberal y anticlerical. Destacan en ese período, La Cruz, fundado en 1855 en Guadalajara y El Tiempo, en la Ciudad de México en 1861. Este último, representante privilegiado del catolicismo conservador enfrentado a las reformas jacobinas del Estado que buscaban aniquilar el orden moral tradicional y la doctrina católica.

En el siglo XX, tras la Revolución y el conflicto religioso que marcó los años 20 y 30, resurge la prensa católica en un contexto sociopolítico todavía complicado pero llevadero. Destacan, La Voz de México, fundado en 1931 con precaria circulación nacional y en 1940 La Verdad, referente clave de la doctrina social de la iglesia. Lo más interesante de ambas publicaciones es que no solo fungieron como espacio de formación doctrinal y crítica eclesial frente al Estado, sino que encausaron vehementemente la reflexión social sobre los males que aquejaban al país.

En el período posconciliar caracterizado en México por una sociedad cada vez más plural y secularizada, nacieron entre otros diarios de vida corta e intermitente, Alabarda y Testimonio, orientadas hacia la renovación teológica y el compromiso con los pobres. Sin la aprobación de buena parte del episcopado mexicano y con la reserva de un buen número de católicos, son un ejemplo interesante de crítica frontal al poder desde la visión de la teología de la liberación latinoamericana.

La revista Ábside ocupa un lugar destacado en este recuento apenas apuntado. Fundada por los clérigos y hermanos Gabriel y Alfonso Méndez Plancarte, tuvo una vida constante y fructífera por casi dos décadas (de 1934 a 1957).  Fue, como dice Gabriel Zaid, más que una revista literaria, un proyecto cultural profundo que combinó espiritualidad, crítica literaria y rigor bibliográfico, influyendo notablemente en la cultura impresa de gran parte del siglo XX. En su fundación, Gabriel Méndez Plancarte propuso un nacionalismo que hiciera “nuestro lo universal, para hacer universal lo nuestro”.

En el siglo XXI, en un contexto sociocultural muy distinto, plural y global, se dan todavía muestras de una prensa católica abierta que pretenden ofrecer una lectura crítica de los nuevos signos de los tiempos. capaz de ofrecer una lectura ética, espiritual y humanista de los fenómenos contemporáneos. Destacan, de la Arquidiócesis Primada de México, Desde la fe y Vida Nueva Digital México, proyecto de la red iberoamericana de análisis eclesial y pastoral. Están también, Signo de los tiempos (del Imdosoc), Criterio Católico y Razón y Fe, con la pretensión de ofrecer al lector una reflexión teológica y social desde el humanismo cristiano y la doctrina social de la Iglesia.

Esta por cumplir 30 años de vida constante El Observador que se inscribe en la mejor tradición del periodismo católico que hemos tenido en el país, sólido, robusto, de raigambre intelectual y visión universal como dan cuenta sus mejores plumas. 30 años luminosos en un contexto cuesta arriba en lo financiero, de audiencia, de inmensa competencia digital y luchando contra la masa crítica con una propuesta de verdad incómoda. Enhorabuena por estas tres décadas y que sigan otras más.

Termino enumerando lo que a mi juicio debieran ser las características de un diario de inspiración católica en la actualidad, algo que cumple a cabalidad El Observador.

1.- Ofrecer una visión y una interpretación de la realidad actual fincadas en lo mejor de una tradición religiosa, filosófica, social, cultural y periodística del catolicismo.

2.- Proponer una interpretación alternativa de los acontecimientos: moral y trascendente frente a aquella avasalladora del relativismo, inmediatez e ignorancia de la posverdad.

3.- Por lo mismo contracultural: reflexiva y crítica frente a la narrativa dominante.

4.- Qué valore y ofrezca lo mejor del pensamiento y del lenguaje: lo bello, lo bueno, lo asombroso de la gratuidad y del don.

5.- Contribuir a la formación de formadores, en la jerarquía y en los laicos: en la educación, en la economía y en la política, sobre todo.

6.- Nutrir el pensamiento católico contemporáneo, sobre todo en este suelo yermo.

7.- Propiciar el diálogo fe- razón, tan necesario y tan escaso.

8.- Contribuir a disminuir las brechas de la polarización omnipresente.

9.- Aportar un espacio sólido y legítimo del pensamiento católico en el espacio público.

  1. El último y más importante, dar razón de la esperanza que ofrece la fe, que nos asegura que el mal y la muerte en este mundo despedazado que hoy habitamos, no tienen la última palabra.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de julio de 2025 No. 1567

 


 

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