Por Rebeca Reynaud

¿Es difícil ser coherentes? Sí, pero en eso está ser agradables a Dios o no serlo.

Se cuenta de cierto filósofo chino que había sido, primero seguidor de Confucio. Luego se hizo budista y finalmente, cristiano. Alguien le pidió que expusiera en pocas palabras las diferencias que había encontrado entre las tres religiones. Contestó el filósofo chino: Imagina que un hombre ha caído en un hoyo profundo del que no puede salir. Confucio cruzaría los brazos y le diría: “Merecido lo tienes por haber sido tan estúpido”. Buda se sentiría lleno de simpatía y daría consejos al hombre para salir trepando. Jesús se agacharía y levantaría al hombre hasta sacarlo del hoyo”.

Unidad de vida o coherencia de vida es pensar de una manera y actuar conforme a esa manera de pensar. Si sé que robar es malo y lo hago, falta coherencia de vida. La unidad de vida consiste en conocer nuestros derechos y deberes y armonizarlos con lo que somos: ¡hijos de Dios! Jesucristo es camino, verdad y vida. Verdad y vida, comenta San Agustín, porque es Dios; y camino, porque es hombre (cfr. Sermo 341,1,1).

La unidad de vida se rompe cuando la gracia de Dios ya no entra en alguna parte –gastos, tiempo, no se consulta, hay paréntesis y afán de independencia-. Dios tiene un plan de crecimiento para cada uno. Ser santo es ser dócil al Espíritu Santo; el que hace eso va que vuela, escribe Santa Faustina.

Hemos de poner empeño para que la fe inspire todo nuestro obrar desde lo más profundo. Cuando la fe no penetra a fondo en los quehaceres cotidianos, la misma “práctica religiosa” ya lánguida, se hace cada vez más rutinaria y superficial, y su influjo en el trabajo y en las otras tareas se desvanece aún más.

Michael O’Brien en su libro El Padre Elías, relata que un maestro le dice a David, el protagonista: “Si le hubiera enseñado a cargar con la Cruz y a morir en ella, entonces se lo habría enseñado todo” (p. 18).

En otro momento, en el libro de El Padre Elías se explica que, en el alma de toda persona hay un icono que representa aquello a lo que está llamado. Se encierra en él una imagen del Amor. Toda alma es amada más allá de lo imaginable. Toda alma es bella a los ojos de Dios. Nuestros pecados pueden llegar a enterrar esta imagen originaria Por eso ya no podemos vernos como realmente somos. ¡Qué grande es el misterio del alma humana! Cada alma atesora su propia medida de locura y de gloria. Somos nosotros los que elegimos cuál potenciar. Ante nosotros está la esperanza y la desesperación. Vamos así configurando la forma en que puedan actuar el cielo o el infierno.

Michael O’Brien en su libro El Librero de Varsovia, relata que el librero tenía muchas tentaciones y un sacerdote le dice: “Mil tentaciones no hacen un solo pecado”. La tentación empieza con pequeñas cosas, cosas que parecen inofensivas al principio: irritación, quejas, resentimiento. Luego vienen las críticas.

En esa novela de O’Brien, un sacerdote aconsejaba así al librero, Pawel:” Queremos el paraíso sin la Cruz, olvidando que la Cruz es la única forma de recuperar la armonía original que perdimos en la primera caída. Esta es la puerta estrecha.”

Cuando vino por primera vez a México el Papa Juan Pablo II dijo: “Toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración (…). Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida. El fiat de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el fiat silencioso que repite al pie de la cruz” (Homilía en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, 26-I-1979).

Nuestros deseos son nuestro mejor retrato. Cada uno es responsable de cómo alimenta su inteligencia. Charles Dickens decía que “el hombre nunca sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta”. Somos impredecibles.

San Juan Casiano, del siglo IV, dice: “No es tanto lo que se gana por la práctica de un ayuno como lo que se pierde por un momento de cólera; y el fruto que sacamos de la lectura, no iguala al daño que nos causamos por el menosprecio de un hermano” (Colaciones I, 7). Por consiguiente, conviene supeditar las cosas que están en un plano secundario, a la caridad, virtud primordial.

En suma: Hay coherencia cuando hay unidad en el pensar, decir y hacer.

 
Imagen de Batatolis Panagiotis en Pixabay


 

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