Por Rebeca Reynaud

No ha habido en la historia de la humanidad un acto tan profundamente libre como la entrega del Señor en la Cruz (cfr. Juan 10, 17-18). Allí Jesús vivió el culmen de su libertad como cumbre del amor. La Cruz es el madero en donde triunfa Cristo y donde triunfamos nosotros, cuando recibimos con alegría y generosamente lo que Dios nos envía. Se puede obedecer por amor o sin él, pero sólo se puede amar en libertad. La obediencia es ejercicio de libertad si ponemos amor. Siempre se puede hacer lo que se debe hacer, por amor. La ley de Cristo es “ley perfecta de libertad” (St 1,25) pues toda ella se resume en el amor.

 “Ama y haz lo que quieras”.

Alfonso López Quintás explica que, a menudo se entiende esta frase de esta forma: Con tal de que actúes movido por el amor, puedes hacer lo que desees. ¿A qué tipo de amor se refiere San Agustín? Porque la palabra amar tiene varios sentidos. San Agustín menciona la palabra sin matización alguna, entonces consulté el original en latín, donde dice a la letra: “Ama con amor oblativo y haz lo que quieras”. A continuación, agrega: Porque si amas algo de verdad, con este tipo de amor, lo que hagas, estará bien hecho. En suma, el amor verdadero es el amor desinteresado. Agustín es uno de los hombres más lúcidos de la historia.

San Juan dice: “Dios es amor” (ágape), matizando quiere decir que Dios es amor oblativo, incondicional, desinteresado. El amor es el canon de la libertad verdadera. Y concluye López Quintás, realmente, el pensar bien es un preludio para la felicidad.

La obediencia de Jesús repara la desobediencia de Adán (cfr. Rm 5, 19). Con nuestra voluntad podemos unirnos a la obediencia de Jesús para reparar las desobediencias que se dan en el mundo.

 
Imagen de Goran Horvat en Pixabay


 

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