Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Hemos de amar la tierra, conservando la actitud vigilante de quien aguarda la venida del Señor para ser dichosos (cf Lc 12, 32-48).

Nuestro corazón ha de vibrar ante todo lo bello que nos ofrece la naturaleza como las flores, las estrellas, todo género de animales, la sonrisa de los niños, la caricia de una madre… sin estar esclavizados, siempre abiertos a la percepción de quien se sumerge en el misterio de lo invisible, Dios, la belleza en sí misma.

Esto nos lleva a la oración contemplativa, al estilo de san Francisco, y nos invita necesariamente gozar la verdad y a practicar el bien, dentro de esa orientación anidada en el propio corazón, ‘la nostalgia del Paraíso’, en esa actitud de centinela del infinito en vigilante espera.

No podemos olvidar nuestra condición de peregrinos del Absoluto; nuestra morada aquí es una tienda de campaña o una colonia de extranjeros, -paroikoi, en atención a la exhortación de san Pedro, a vivir como forasteros, -paroíkous, y extranjeros, libres de las ataduras de la concupiscencia (cf 1Pe 2, 11).

Todos estamos de paso; vamos a la Jerusalén del Cielo, nuestro Hogar, Dios mismo.

Los tesoros de la tierra, tienen su valía, pero son caducos y perecederos. Vale la pena atesorar para el cielo, con la práctica de las obras buenas, libres de las seducciones del poder, del placer, del éxito, del dinero.

A veces se vive ajeno a la fe, que fundamenta la esperanza; se vive de manea inconsciente e irresponsable.

En el jubileo de los jóvenes en Tor Vergata, -Roma, el Santo Padre León XIV, ante 20 cardenales, 450 obispos, 7 mil sacerdotes y ante más de un millón de jóvenes de 146 países, invitó a aspirar a cosas grandes, a la santidad; es verdad que ‘las cosas de la tierra causan deleite y son hermosas y buenas, pero no dan la felicidad. Busca a quien las hizo: Él es tu esperanza’ (3 ag 2025).

Don Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro, en esta misma tónica sintetiza admirablemente la orientación esencial del ‘ser humano ligado a la trascendencia lo está a la inmanencia, al mundo de la materia como al entorno natural: es religión, porque está re-ligado, por su mismo ser creatural a la trascendencia o divinidad, y destinado a superarse a sí mismo. A ser siempre más: semper major. Quien pierde esta dimensión, se degrada en humanidad’ (El Observador, 10 ag 2025).

Jesús Nuestro Señor, el Santo Padre Léon XIV, y el obispo Mario, nos invitan, pues a vivir con la lucidez de fe que orienta la esperanza y a asumir nuestra responsabilidad de cara a la eternidad.

Es la hora de despertar nuestra fe y abrirnos al mundo futuro; a las realidades últimas juicio, infierno, purgatorio, y gloria.

La nostalgia del Paraíso, es esencial a nuestra condición humana; cuidado con los espejismos y los cantos de sirenas.

 
Imagen de Antonio López en Pixabay


 

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