Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Se puede vivir aletargado en la frivolidad y en la patología de la abundancia; incluso sin la preocupación por una educación ética y bajo una alarmante corrupción pública que se silencia por la investidura del poder.
La machacona insistencia en planteamientos falsos, solo atentos a la lucecilla de la ideología que busca acallar las voces y eliminar instituciones que salvaguardan la salud, la integridad de las personas y el bien de todas las que poseen una dignidad ontológica común.
Se busca el dinero fácil y cada vez sobreabundan los fraudes de todo tipo en daño, de los que se esfuerzan por ser honestos y lograr ciertos beneficios a costa de grandes sacrificios.
Se da cada vez más una inconciencia inhumana a todas luces. Al fin aletargados. Son cada vez más frecuentes los vacíos interiores y los aburrimientos.
Estamos a tiempo de despertar del letargo y descubrir la presencia del Señor, que vino, que viene y habrá de venir, a través de los signos de los tiempos; de esas necesidades urgentes que afectan a la humanidad y piden nuestra impostergable intervención.
El Catecismo de la Iglesia Católica (nº 524) nos señala: ‘Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías; participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda venida (Cf Ap 22, 17). Por tanto, despiertos y vigilantes: centinelas de su venida.
El Señor nos invita a ‘estar despiertos’; a vivir atento a la realidad. Atentos a su presencia misteriosa entre nosotros. No se puede vivir adormecidos sino atentos a su presencia en los hermanos que sufren; luchando por la justicia y por hacer un mundo más humano.
Por eso el seguidor de Cristo Jesús debe poseer la actitud existencial de quien vigila y está atento al Señor que viene. El cristiano es el centinela de la Parusía. Quien no está vigilante mantiene una impostura y contradice el Evangelio de la vigilancia, porque ‘a la hora en que menos se piense vendrá el Hijo del hombre’ (Mt 24, 37-44).
No se puede vivir ‘desprevenidos’. La llegada del Señor, será imprevista e irrevocable.
La Parusía del Señor, su segunda venida con gran poder y majestad, acontecerá en el momento menos esperado. De aquí la actitud permanente del centinela que está despierto, escruta y aguarda.
El tiempo de Adviento, es tiempo de expectación, porque el Señor está cerca. Adviento nos habla de las venidas de Cristo.
Nuestra espera no es como aquella que pertenece al Antiguo Testamento. Para nosotros es sobre todo memoria y presencia. Memoria porque nos disponemos a conmemorar litúrgicamente la primera venida histórica del Señor Jesús; presencia porque él está con nosotros por la Eucaristía. Ya caminamos con Jesús, pero aguardamos su manifestación gloriosa. Por eso estamos atentos y vigilantes; podemos ser centinelas de la Parusía.
El gran Adviento se inicia desde la Creación hasta la Parusía. Por eso nos preparamos para el Señor que habrá de venir; para el Señor que viene, quien por definición está viniendo y quien habrá de venir en su segunda venida. Todo dentro del marco de la Historia de la Salvación y sus maravillosos acontecimientos.
Esta segunda venida será imprevista como la llegada del ‘ladrón’ o como aconteció en el Diluvio.
Caminemos siempre con gozo al encuentro del Señor que vino, quien viene y habrá de venir, como centinelas de su Parusía o de su segunda venida. ‘…Si, volveré pronto. ¡Amén! ‘¡Ven Señor Jesús!’ (Ap 22, 20).