Por Jaime Septién

En un artículo reciente en The New York Times, la periodista británica Mary Harrington se pregunta si estamos convirtiendo la facultad de pensar en un lujo. La pregunta trae lo que en lenguaje beisbolero –caribeño– se dice “jiribilla”. Trae un desafío. Porque es un hecho que, por la primacía que han cobrado las pantallas y la universalización de los smartphones (los “teléfonos inteligentes”), el analfabetismo o el analfabetismo funcional (gente que sabe leer pero que no lee más allá de las etiquetas o los letreros de las tiendas) ha crecido en todo el mundo. Y México no es, ni remotamente, la excepción.

Quizá el ejemplo más claro se dé en el campo electoral. ¿Por qué está llegando al poder tanta gente –aquí y allá– que ofende ya no digamos al pensamiento, sino al sentido común? ¿Qué hay detrás del irrespetuoso de la dignidad humana y desconocedor pleno de la historia que llega a gobernar territorios y países? ¿Estaremos cavando con paciencia nuestra tumba política? ¿Podemos revertir este proceso de putrefacción de los valores sociales, morales, democráticos en el que estamos metidos? ¿Por qué hay tantos lunáticos gobernando?

Harrington, a mi juicio, da en el clavo: “Un electorado que ha perdido la capacidad de pensar largo y tendido será más tribal, menos racional, en gran medida desinteresado por los hechos o incluso por los registros históricos, estará más movido por las vibraciones que por argumentos convincentes y más abierto a ideas fantásticas y extrañas teorías conspirativas.”

En otras palabras: el hecho de que personajes tan discutibles dirijan los destinos del planeta (ponga usted el nombre que más le apetezca) tiene que ver con un deterioro del pensamiento. Y como no hay pensamiento sin lenguaje, también la disminución de palabras (por ausencia de lectura) hace que crezcan monstruos ambiciosos, auspiciados por el marketing y por la irracionalidad de los puros sentimientos.

Porque pensar, lo que se dice pensar, cansa. Y somos –como diría en uno de sus libros Byung-Chul Han–“la sociedad del cansancio”.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de agosto de 2025 No. 1570


 

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