Por P. Joaquín Antonio Peñalosa

En la punta de los labios, el mexicano tiene un variadísimo zoológico de donde salen, raudos y tumultuosos, animales de aire, tierra y mar, como que los utiliza a diario a modo de adjetivos para alabar o vituperar a eso que llamamos prójimo. Vean ustedes qué riqueza de ejemplares.

Águila vale por listo, por inteligente, este es muy águila, ponte águila o te madrugan. Borrega, ser una borrega mansa dícese del pacífico, inmovilista, modosito y poquita cosa, muy bueno para nada. Burro, adjetivo escolar que denota al tonto de capirote, al non plus ultra de la ignorancia. Buey, y para mayor énfasis güey, brota en cascada y a borbotones para significar eso que está usted pensando, precisamente eso. Caballo es reflexión capitosa usadísima entre yucatecos.

Cotorro aplícase al hablador deslenguado o a cuanto luce por su vistoso colorido -qué suéter tan cotorro-; cotorrea, ay, “si soltera agonizas”, escribía López Velarde, “dame todas las lágrimas del mar”. Chango equivale a ponerse chango, al alba y a la defensiva. Chinche vale tanto como sanguijuela, metáforas cuerdamente aplicables a gente adhesiva y encimosa que no se despega ni con aguarrás. Chiva es el tímido que nunca gana porque nunca arriesga. Dinosaurio, el mayor de los fósiles conocidos, califica al provecto y eternizado santón de la política, perpetuo y vitalicio per saecula.

Escuincle, perro mudo y pelón que los aztecas cebaban para comerlo, dícese del chiquillo estruendoso y maleducado. Gallina, ser gallina es tanto como miedoso. Gallo, en cambio, es el elegido, el triunfador en las elecciones antes de las elecciones, juega mi gallo. Gato y gata, inhumanos adjetivos para empleados domésticos. Grillo, insecto ortóptero de cabeza redonda, ojos saltones y sonidos constantes, tal el politiquillo de tercera clase, aspirante perpetuo de puestos políticos que ronda cafés y antesalas picando piedra a ver qué oye, comenta y consigue.

Guajolote dícese en vez de bobo y necio. Hormiga y abeja, elogio con que se reconoce al afanoso y trabajador, especies que no abundan en el país. Lagarto, lagartón es el hombre pícaro, taimado y ventajoso. Macho puede ser el varón valiente o el esposo dominador y golpista que según los zoólogos debiera estar enjaulado. Marrano, puerco determina a la persona sucia, desaliñada y grosera. Mula es el terco que no da su brazo a torcer o el vividor que busca su provecho a costa del ajeno. Pato, hacerse pato, quién no conoce a estas mosquitas muertas, taimados maquiavélicos.

Toro es el varón vigoroso; si usted desea ejemplos, recuerdo al beisbolista el “toro” Fernando Valenzuela. Rata equivale a ratero; especie fecunda, voraz y peligrosa que ha llenado al país de raterías con el agravante de que no hay suficiente raticida que la extinga. Tortuga es el desesperante lento que deja para pasado mañana lo que ahora puede hacer. Vaca, ser una vaca echada, aplícase con justicia al perezoso inútil que ve la tempestad y no se hinca. Víbora es el maldiciento y murmurador, experto en vidas ajenas, que ni Plutarco le aventaja, doctorado en lenguas chismosas y venenosas. Zorro, elogio al despejado de cabeza y pensamiento agudo, tal como por apodo designaron al Cura Hidalgo.

¿Podríamos parodiar a Bernard Shaw? Dios creó a los animales; pero como en aquella época no había derechos de autor, ahora cualquiera tiene el derecho de imitarlo.

Artículo publicado en El Sol de San Luis, 10 de marzo de 1990; como “México en el zoológico humano”, El Sol de México, 1 de marzo de 1990.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de septiembre de 2025 No. 1576

 


 

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