Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Existe un abismo dramático entre el egoísta que se centra solo en sí mismo y la víctima de la miseria más lacerante.

La vida de aquellos cuya opulencia no tiene ojos para contemplar las vidas rotas por la pobreza, la enfermedad, la migración, la cárcel y la toxicomanía, aparentemente insuperables, constituyen un rotundo fracaso humano y un rechazo al proyecto divino del amor como compartir.

La enseñanza de Jesús para descubrir al miserable, debe de ser del discípulo, que puede tener ojos y corazón para el que sufre las carencias, como el pobre ‘Lázaro’, que solo tiene nombre, ante el rico epulón, sin nombre, pero hinchado de sí mismo, de lujos, banquetes, e indiferencia.

La enseñanza puntual en el texto de san Lucas (16, 19-31), sobre el lujo desenfrenado y la miseria más atroz de la persona humana, constituye una seria advertencia sobre la iniquidad mundana y la justicia divina.

Al final, ante la muerte, Dios actuará por su juicio que no tolera la impunidad y la indiferencia ante los más pobres de los pobres. El abismo de separación será infinito: el que existió solo para sí mismo, se queda en su condición de sí mismo, aislado en la nada y el vacío, en la eterna finitud; morir, sin morir sin morir del todo.

El Papa san Pablo VI, con su encíclica ‘Populorum Progressio’, nos habla de la lucha contra el hambre, de manera que se pueda construir un mundo donde la persona pueda vivir una vida plenamente humana, donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa del rico (cf 47).

Los conflictos bélicos y los poderes políticos y económicos agravan la situación, ya de suyo de gran penuria.

‘Los pueblos hambrientos interpelan hoy con acento dramático a los pueblos opulentos’, expresa el mismo documento (3).

Las diócesis y la preocupación de los obispos en la Iglesia, han creado ‘Cáritas diocesana’, ’Cáritas parroquial’ y ‘Cáritas internacional’, para subvenir en parte a esta necesidad urgente de la pobreza, pero no son suficientes; en cada discípulo de Jesús debe existir esa preocupación por los demás en urgente necesidad.

La carencia de compasión a los ojos de Dios, ya es de por sí un fracaso y un fracaso total de quien no entiende la vida como donación y entrega para la plena realización en calidad de personas elevadas por la gracia de Dios Amor, cuyo misterio trinitario, en cada persona divina es esencial la autodonación interpersonal.

El Cielo, más que un lugar, es la condición de experimentar por siempre este misterio de donación interpersonal y comunicación divinas, por la participación de la naturaleza de Dios mismo.

Por eso, la total indiferencia ante el miserable, constituye un fracaso humano y el fracaso del proyecto divino, por no entender la vida como compartir, como entrega y la donación generosa de sí mismo.

 
Imagen de Myriams-Fotos en Pixabay


 

Por favor, síguenos y comparte: