Por P. Fernando Pascual
Según exponen diversos autores, Freud habría identificado tres heridas que habrían dado un golpe de gracia al narcisismo humano. Tales heridas habrían sido infringidas por Copérnico, por Darwin, y por el mismo Freud.
La primera herida, la de Copérnico, habría desplazado la idea de que el hombre sería el centro del universo, para colocarlo en un lugar periférico y marginal.
La segunda herida, la de Darwin, habría roto la creencia que nos hacía sentirnos superiores a los animales.
La tercera herida, provocada por Freud, nos habría llevado a reconocer que no somos plenamente racionales, sino que estamos bajo el fuerte influjo de un inconsciente que no controlamos.
En realidad, Freud no solo hería al narcisismo, sino que incurría en él, precisamente al considerarse como “superior” a tantas personas por el hecho de haber alcanzado un saber que permitía progresar, que nos mejoraría como especie.
Como ha sido observado recientemente, existe una tendencia humana “a la autocomplacencia. Esta actitud culmina en el modo en que la Modernidad cuenta su propia historia como la de un irresistible progreso hacia… sí misma” (Rémi Brague).
Brague añade: “La leyenda freudiana de las tres heridas al narcisismo humano, sucesivamente infligidas por Copérnico, Darwin y el propio Freud, explica esta tendencia a considerarse más inteligentes, más lúcidos. Pero dicha presunción es infundada”.
El estudioso francés explica cómo para antiguos y medievales, pensar en la Tierra como el centro equivalía a colocarla en el punto más bajo, con la materia más vil. Brague completa esta idea al decir que “según la opinión de la gran mayoría, el hombre estaría languideciendo en el centro del universo como en una prisión subterránea. Al sacar a nuestro planeta de aquella posición, el heliocentrismo no representó para el género humano una humillación, sino, muy al contrario, una promoción”.
Darwin, por su parte, consideraba la evolución como algo siempre abierto, y ello llevaría no a la humildad, sino a la idea (y al proyecto que aún sigue en pie) de aspirar a controlar esa evolución en un esfuerzo prometeico por perfeccionar continuamente al ser humano.
El mito de las tres heridas expone, ciertamente, cómo ciertas ideas han influido e influyen fuertemente en la percepción que tenemos sobre el mundo y sobre nosotros mismos. Pero, contrariamente a lo afirmado por Freud, tal mito no nos hizo más humildes, sino que, al contrario, se construye sobre dos pilares “narcisistas”: creer que sabemos más que los antiguos y medievales, y aspirar a una mejora indefinida de lo humano.
La realidad, sin embargo, es que tal mito desconoce lo que realmente pensaban hombres y mujeres de otras épocas, y deja a un lado esa experiencia del mal (interno y externo) que nos rodea hoy como en el pasado.
Solo cuando recordamos, como los antiguos en su auténtica humildad, que somos muy frágiles y que tenemos una inmensa necesidad de ser salvados, superamos tentaciones de soberbia (como las de Freud) para abrirnos al único que puede sanar nuestros males: un Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
(Los textos aquí reproducidos se encuentran en la siguiente obra: Rémi Brague, A dónde va la historia, Encuentro, Madrid 2016).
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