Por Rebeca Reynaud
La gente vive conectada y con sobredosis de comunicación, es decir, una enorme carga informativa o infoxicación. Eso nos distrae de lo principal: nuestra vida espiritual, la contemplación de nuestro señor Jesús.
Muchos ciudadanos esperamos con ansias buenas noticias en los medios de comunicación social, y sucede que más bien nos muestran el lado oscuro del ser humano. Los niños tienen ocurrencias geniales que se podrían transmitir, los jóvenes tienen iniciativas de juegos o de deportes: muchos padres de familia hacen esfuerzos admirables para sacar a sus familias adelante. Muchos viciosos cambian de vida. ¡Eso es lo que queremos oír! Y no cosas que oprimen el corazón.
Todos podríamos ayudar al ambiente si sólo hablamos bien de los demás y detenemos al que va a hablar mal de los demás. ¿Por qué? Porque lo más importante es la caridad.
Si los gobiernos quieren ayudar a que población no se contagie con las más de cincuenta enfermedades de transmisión sexual que existen. El único método seguro para no contagiarse ni sufrir emocionalmente ante las rupturas es la abstinencia sexual. Le hacen promoción al condón, a los anticonceptivos y no les dicen que pueden fallar en al menos un 20% de los casos.
Si los gobiernos quieren ayudar a que población esté sana, que suba el sueldo mínimo para que puedan alimentarse mejor, que fomente el deporte, el arte, los coros, las clases de pintura, escultura y de algún instrumento musical.
Un gobierno que quiere fortalecer a su pueblo, pone condiciones a los medios de comunicación –cine, televisión, radio, prensa, etc.- para que no fomenten la sexualidad activa en personas solteras, y en cambio fomenten la abstinencia, la buena lectura, las diversiones sanas, el amor a la cultura, y no para que pongan en situaciones de riesgo a niños, adolescentes y adultos, con la pornografía, la droga y el sexo fácil.
En algunas situaciones concretas, estamos bajo fuertes presiones, allí hay que buscar la fuerza del Señor y creer en su poder invencible, como dice San Pablo. Pregunta: “Jesús, ¿qué piensas de esta situación? Revélame todas las mentiras que le he creído al enemigo sobre Ti y sobre mí”. No estoy solo ni abandonado, como el enemigo quiere que crea. Revélame la verdad. Soy un hijo de Dios que valgo, no estoy solo, lo creo y lo recibo en tu santo nombre”.
Si vemos que en alguna casa o lugar falta paz, podemos ejercer la autoridad de Dios, en el Nombre de Jesús, a través de las palabras: “Con tu poder, con tu autoridad, que aquí reine la paz. Que donde yo pise extiendas la paz. Destruye todo bloqueo, todo rechazo, todo espíritu de maldad y de orfandad; la muerte, la soledad y el desorden. En el nombre de Jesús, espíritu de discordia, ¡vete!”.
Las obras del diablo se deshacen con las obras de Dios. El Señor pone en nuestro corazón un fuerte deseo de ayudarle, de llevarle almas, partiendo de nuestra identidad, y de una verdad: somos reyes y reinas, profetas de su Reino.
En Occidente estamos tan cómodos que a veces por ello no confiamos en el Espíritu Santo, y este es el peligro.






