Por José Ignacio Alemany Grau, obispo Redentorista

Domingo XXX del tiempo ordinario

Resulta que sí hay un juez justo. Lo vamos a encontrar en las tres lecturas más importantes de la liturgia del día.

Eclesiástico

Empieza diciéndonos que el Dios verdadero es justo y no puede ser parcial con unos ni con otros. Ni se inclina por el oprimido, simplemente por serlo, ni por el huérfano ni por la viuda. La debilidad humana es la que goza de los privilegios de Dios. Por eso «los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa».

Según el Eclesiástico los gritos del pobre no cejan hasta que Dios los atiende porque Él es el justo Juez que hace justicia, sobre todo a los débiles.

Por eso la conclusión importante la encontramos al principio: «El Señor es un Dios justo que no puede ser parcial».

Salmo 33

El salmo abunda en la misma idea de la primera lectura por lo cual el salmista se gloría en el Señor e invita «a los humildes (que) lo escuchen y se alegren».

De esta actitud nace la oración profunda: «Cuando uno grita el Señor lo escucha y lo libra de todas sus angustias».

Es más, la realidad del Dios bueno es que «está cerca de los atribulados y salva a los abatidos».

2Timoteo

San Pablo, viéndose ya cerca de la muerte se confía a Dios y reconoce humildemente: «He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe».

Aunque los hombres no siempre lo han apoyado, el apóstol confía en el Señor proclamándolo: «Justo juez que me premiará en aquel día».

Después de hablar de todo el recorrido de su vida esforzándose por evangelizar, San Pablo reconoce que «el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles».

Reconoce también que el fruto de su esfuerzo será éste: «El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo».

Termina la carta el gran santo dando «gloria a Dios por los siglos de los siglos».

Verso aleluyático

El versículo escogido, tomado de la segunda Carta a los corintios, reconoce que Dios estaba en Cristo reconciliando con su vida y muerte a la humanidad entera y, al mismo tiempo, según el apóstol, el Señor ha confiado el fruto de la reconciliación a los apóstoles: «Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo y a nosotros nos ha confiado la palabra de reconciliación».

Evangelio

El párrafo de este domingo es muy interesante porque presenta una dolorosa realidad: Se trata de un orgulloso fariseo que reza a Dios y, en vez de pedirle o adorarle, se glorifica a sí mismo: «Te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos adúlteros».

Incluso se burla de un publicano que toca el corazón de Dios con su humilde petición de perdón.

A continuación, nos trae San Lucas la oración humilde del publicano, «que se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo. Solo se golpeaba el pecho diciendo: “Oh, Dios, ten compasión de este pecador”».

La conclusión que todos sacamos es que el fariseo se volvió a su casa con todos sus pecados, más el orgullo; y el publicano, en cambio, volvió purificado.

De esta manera Jesús retrata dos formas frecuentes de orar: la del orgulloso cuya oración no va a llegar al cielo y la del publicano que llega al cielo y entra por la puerta grande de la misericordia divina.

Examinemos nuestra oración para que siempre llegue hasta Dios y no se quede en manos de nuestro propio orgullo, como la oración del fariseo.

 
Image by Tep Ro from Pixabay


 

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