Por Martha Morales
Todos necesitamos perdonar y pedir perdón. Los resentimientos arrasan con el amor ya que alimentan pensamientos que llevan a odiar y a enfermarnos física, mental y espiritualmente.
No podemos caminar por la vida llenos de hostilidad; hay quienes se enfurecen por cualquier cosa. Las personas resentidas viven con amargura y, desafortunadamente, la comparten. Es normal que en la vida tengamos abandono, rechazo, humillaciones, y hay que sanar esas heridas que forman rencores inútiles. Acudimos a “anestésicos” que por el momento nos hacen sentir mejor. Esos anestésicos llevan a caer en conductas destructivas y a adicciones. De allí a la muerte física y espiritual hay unos cuantos pasos.
Los reclamos los tenemos que practicar ya que no salen a la primera. Las palabras son importantes porque sanan, pero también podemos herir con la palabra. Hay una cadena que lleva al descontrol: Un resentimiento lleva a la amargura, al descontrol y finalmente, a la violencia y a la adicción.
Jesús nos propone algo diferente para salir de los resentimientos y llegar a la paz del corazón. La propuesta es el perdón. El perdón no es una emoción, es una decisión, exige comprender e interpretar correctamente. Para comprender hay que renunciar a cualquier pensamiento de venganza, es decir, no desearle el mal. Si nosotros comprendemos porqué esa persona actuó así, ya no necesitaríamos perdonar.
Podemos ser víctima de nuestros genes y de nuestra historia. Hay que separar a la persona del acto. Al pecador lo separamos del pecado y al pecador lo amamos, no así al pecado. Podemos decir como nuestro Señor: “Perdónalos porque no saben lo que hacen”. Algunas personas sufren porque sus madres han estado ausentes y el motivo puede estar justificado: porque tienen que salir para ganar el sustento de los hijos. ¿Qué has sentido para estar resentido?
No basta conocer los pasos del reclamo, hay que practicarlos en privado.
1ª El perdón es una decisión, no una emoción.
2ª Comprender al ofensor e interpretar bien.
3ª Separar a la persona del acto.
4ª Recordar que nosotros también hemos sido ofensores.
5ª Orar por la persona que nos ofendió.
6ª No volver a recordar la ofensa para que no se dé vida a los rencores.
7ª Aléjate de quien te quiere seguir ofendiendo. Si no te puedes alejar hay que ponerle límites.
Sucede en el Reino de los cielos como con un rey que pide cuentas a sus funcionarios. Uno de ellos debe mucho, el rey tuvo compasión y le perdonó la deuda. Al salir el funcionario se encontró con un compañero que le debía una suma pequeña, le apretó el cuello y le dijo: “Págame o te meto a la cárcel”. El Rey lo supo y le dijo: debiste tener compasión de tu compañero, pero, como no la tuviste, vas a tener que pagar tu enorme deuda. (Mateo 18). Dice la Palabra de Dios: Aléjate de las peleas y evita pecados, porque el colérico enciende peleas y donde hay paz esparce calumnias (Eclesiástico 28).
Perdonarnos a nosotros mismos puede ser difícil, pero es necesario aceptar lo que hicimos, y no justificarnos diciendo: “Así soy”, sino decir: “debo cambiar, convertirme”. Luego se aplica aquello de “separar el pecado del pecador”: he sido una persona buena, pero he caído en pecados de pereza, lujuria, soberbia o gula, pensando que aquello me iba a hacer feliz. Luego hay que revisar el verdadero motivo o intención con que hice el acto de desamor, y arrepentirme. También es imprescindible pedir perdón a Dios con ayuno y oración. Dios ve nuestro arrepentimiento y nos da su gracia. Los discípulos preguntan por qué ellos no pudieron sacar al demonio, Jesús contesta que a algunos demonios sólo se les expulsa con ayuno y oración (cfr. Marcos 9, 29).
Ayudas para perdonarse a sí mismo: Arrepentirnos (hemos fallado), hacer el propósito de no volverlo a hacer, no estacionarse en la culpa, vergüenza, miedo o tristeza. Aceptar el perdón de Dios. No volver a recordar la ofensa y restituir cuando el caso lo permite a la mayor brevedad. Si la persona falleció, hacerlo en oración. Está la ayuda enorme del sacramento de la Confesión; los psiquiatras se admiran del resultado de este sacramento del perdón.
¿Resentidos contra Dios?
Algunos piensan que Dios “les mandó un castigo”, no es así, Dios nos manda todo lo bueno, y lo malo sólo lo permite porque Dios respeta la libertad, aunque esté mal usada. Hay personas que nos debieron de cuidar y no lo hicieron por su egoísmo o sus malas decisiones. Muchas veces Dios saca bien del mal. No podemos culpar a Dios de lo que nos ha sucedido en la vida, algunas veces la culpa es de una o varias personas que usaron mal su libre albedrío e hicieron decisiones equivocadas.
Blanca Abreu aconseja acostumbrarnos a movernos con mucha amabilidad y ésta ha de estar avalada por la oración, ya que sólo Dios da la fuerza para sobreponernos. Somos como una pequeña oveja a la que Dios ama y acaricia. Hay gente que nunca se enfada con Dios, pero si se aleja de Él. Es necesario rectificar y volver a Dios
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