Por Arturo Zárate Ruiz
Se acerca el tradicional Día de Dar Gracias en Estados Unidos. Se celebrará en dos semanas, el jueves. Se recuerda la llegada de los Puritanos a Massachusetts en 1620, y la cena con que expresaron su gratitud a Dios por acceder a lo que consideraron su “tierra prometida”.
Cuando viví en Estados Unidos fui reacio a considerarlo para mí día de fiesta. Tomaron en ese año, los colonos, tierras que no eran suyas. No sólo despojaron a sus previos dueños, también los exterminaron. Sin negarle yo a los puritanos muchos logros, como su posterior Constitución federal al independizarse, tal ha sido su historia, en gran medida una que privilegia a un “pueblo elegido”, los güeros, a costa de los demás.
A diferencia de los españoles, los colonos de Norte América no se integraron con los previos habitantes y menos aún los evangelizaron. Los consideraron menos que filisteos, y se dedicaron a borrarlos del mapa. La verdad de Cristo la consideraron, estos herejes, exclusiva para sí, y, a los demás los redujeron a gente a quienes se les debía apurar su ingreso al Infierno, matándolos.
Esto se evita mencionarlo en las escuelas estadounidenses. Se rehúye así el recordar que su dar “gracias” se vincula, por la fecha, con dicho genocidio. Al menos hoy, desentonaría con la imagen virtuosa que los norteamericanos tienen de sus héroes y de sí mismos. Desentonaría con el festejo en sí, a menos que los celebrantes fuesen miembros del KKK (los hay, todavía).
No debo quejarme, al menos si admito que, según ciertas narrativas “convenientes”, la función de los cursos de “historia” en las escuelas de allá, y también de aquí, es encender el amor patrio, aun cuando aquí en México se construya no exaltando nuestros éxitos, sino nuestro rol de víctimas.
Por este rol que escogemos, aquí no damos las gracias. Se debe evitar hacerlo pues nos debe disgustar, según estas narrativas, la llegada de los españoles a México. Debemos además negarle, menos aún, agradecer, a España su rol en la configuración de nuestra nación. Es más, por oficialmente ser México una nación “laica”: de ningún modo es entonces correcto dar gracias a ningún dios. Cabe remarcar que no expresamos dicha gratitud por el énfasis del victimismo en los cursos de historia nuestros: “mira lo que nos hicieron los españoles, mira lo que nos hicieron los gringos, mira lo que nos hicieron los políticos porfirianos, y, ya hoy, mira lo que nos hicieron los priístas”. Nuestro amor e identidad patria, al parecer, se construye con base en recontar —según estas narrativas prevalentes— cuántos palos nos han dado. Entonces, como que el “dar gracias” por ello no procede.
Pero, aun cuando hayamos sido y seamos siempre víctimas, no seamos quejones de oficio. Si fuera necesario seguir quejándonos, que sea de nosotros mismos por no atrevernos poner un alto a nuestras fallas, por además no atrevernos a mirar nuestros muchos éxitos, es más, vivirlos y enorgullecernos por ellos. Tal vez encontraríamos más razones de dar gracias que las que tienen nuestros vecinos.
Viéndolo bien, sin entrar en evaluaciones patrias, debemos dar gracias a Dios por muchos motivos. Nos ha dado la vida que, aún si fuésemos tullidos y deformes, no carece de goces y sobre todo nos conduce a la eterna beatitud.
Este mundo tal vez no nos parezca perfecto porque, por la envidia del Malo, ciertamente tiene todavía sus manchitas. Aun así, este mundo demuestra el gran amor de Dios a su creación por el orden admirable que manifiesta y preserva.
A muchos no ha dado la fe y el acceso a los sacramentos que nos reconcilian ya ahora con Él y nos santifican. Nos ha dado sobre todo a su Hijo, quien permanece con nosotros hasta el fin de los tiempos.
En fin, volviendo a México, nos dio el sabroso guajolote, tan exquisito que los norteamericanos lo han convertido en su platillo más celebre, es más, el de la fiesta más importante suya, el Día de Dar Gracias. Démosle al menos gracias a Dios cuando comamos esta ave según nuestro estilo, en mole, o según nuestros vecinos, al horno, en salsa bruna, con puré de papas y ate de arándanos. Después de todo, ellos también cocinan, si así lo intentan, sabroso.
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