Por P. Fernando Pascual
La tórtola desciende, con las alas abiertas. Calcula la distancia y el viento. Gira un poco a la derecha. Mueve el ala izquierda. Acerca las dos alas al pecho. Y llega, finalmente, a su meta: la rama de un árbol.
Muchos pájaros hacen reajustes en sus vuelos de un modo casi instintivo, en ocasiones para superar algún imprevisto: el cambio de viento o la llegada de otro pájaro no bien identificado.
También los seres humanos buscamos metas, calculamos los medios, emprendemos esfuerzos, y reajustamos el tiro ante imprevistos o aspectos no bien analizados.
Los reajustes se hacen necesarios en tantos momentos: porque el tren llega tarde, porque inicia una lluvia no anunciada, porque olvidé un documento y necesito volver corriendo a casa, porque me llaman con urgencia para atender a un amigo necesitado.
El vuelo de la vida no puede detenerse. A veces hay que tomar altura. Otras veces hay que bajar en picado. En ocasiones, se impone virar rápidamente a la derecha.
Algunos reajustes pueden hacernos dejar a un lado, por un tiempo, la meta deseada. Hoy no es día para ir al trabajo porque la fiebre sigue aumentando, aunque había tantas urgencias que atender en la agenda de la oficina.
Pero los reajustes suelen alinearse, una y otra vez, a la meta. Meta provisional, como todo lo terreno, pero no por ello menos deseada, incluso urgente, en este momento de nuestra vida.
Sabemos, además, que hay una meta eterna que inicia tras la muerte. También en el vuelo hacia esa meta hay que hacer reajustes: una buena confesión si hemos pecado; pedir un consejo espiritual ante una decisión difícil; un gesto de perdón para superar odios que impiden entrar en el paraíso.
La vida sigue adelante. Hoy tendré que hacer reajustes casi acrobáticos. La mirada se mantiene fija en ese objetivo que, con la ayuda de Dios, y con mi esfuerzo, espero alcanzar, como una rama provisional que nos prepara para emprender nuevos vuelos…





