Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro

El pueblo católico, instruido por el Espíritu Santo, venera a María como madre amantísima, lleno de afecto y piedad filial. Esta piedad popular no solo contiene “semillas del Verbo”, gérmenes de cristianismo, sino frutos preciosos del Evangelio de Jesucristo en el corazón de hombres y mujeres, de la comunidad creyente, por obra del Espíritu Santo. Por eso podemos hablar de “espiritualidad popular” que inspira vida, alegría, obras, cantos, alabanzas, símbolos, oraciones, peregrinaciones que marcan la vida de nuestros pueblos.

Esta vida y experiencia del pueblo mexicano, especialmente de los pobres, lo vuelve recio ante el dolor, impermeable a las ideologías, resistente a los populismos, sereno ante el futuro, esperanzador ante sus hijos, porque está anclado en Dios cuya “esperanza no defrauda”. Esto bien lo sabe ante tantos defraudadores de promesas, también de bienes materiales y espirituales como ha tenido que soportar en su historia.

La piedad mariana, en especial la Guadalupana, ha soportado embates de crítica histórica, de deformación de su imagen, de agravios verbales, de ataques físicos y hasta naturales, de menosprecio racista sin faltar el manoseo de tipo político y cultural.

Guadalupe vive porque se presentó como “la Madre del Dios por quien se vive”, y nosotros con Ella y con Él, seguimos viviendo, pues “desde el cielo, una hermosa mañana, la Guadalupana, nos visitó en el Tepeyac” y desde allí, engrandece nuestra historia y a cada uno de sus hijos como lo hizo con Juan Diego. Desde entonces quedó como ejemplo a seguir.

Ante el fracaso del primer intento de ver al Obispo, Juan Diego recurre a su menosprecio: “Manda a otro, respetado, pues yo soy hombre de campo, soy mecapal, soy parihuela”, para justificarse: “yo mismo necesito ser llevado a cuestas”. La respuesta de María, dentro de su lenguaje maternal y delicado, es riguroso e imperante, tanto para él como para el Obispo: “Es muy necesario que tú, personalmente, vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad”. Y firma: “Yo, que soy la Madre de Dios, te mando” (NM 58-62).

El Papa San Juan Pablo II comenta el pasaje: “Hombres y mujeres católicos de México: No podéis permanecer indiferentes ante el sufrimiento de vuestros hermanos: ante la pobreza, la corrupción, los ultrajes a la verdad y a los derechos humanos. Debéis ser sal de la tierra y luz del mundo” (Mt 5, 13) (H 57). Nos recuerda el compromiso sagrado que tenemos: México siempre fiel.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 7 de diciembre de 2025 No. 1587

 


 

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