Por P. Fernando Pascual
Los milagros son posibles por el poder de Dios sobre su creación, y se explican como acciones en las que manifiesta, de algún modo, su Amor hacia los seres humanos.
Creer en los milagros resulta posible solo si uno cree en Dios. Sorprende, sin embargo, encontrar a creyentes en Dios que tienen dudas sobre los milagros, o que piensan que los milagros deberían ajustarse a ciertos criterios.
Así, algunos piensan que Dios hace milagros, pero no muchos, como si hacer “demasiados milagros” fuera algo que no correspondería a un Dios como ellos piensan.
Aplicado a un hecho mundialmente famoso, hay quienes ven extraño el exceso de visiones y apariciones en Medjugorje, como si Dios hubiera dado un permiso especial a la Virgen para aparecerse miles de veces desde 1981.
Este tipo de planteamientos supone, por un lado, una apertura mental al milagro: un Dios todopoderoso puede entrar en la historia humana y manifestar su bondad con una curación, o con la presencia de la Virgen, o de otras maneras que Dios considere adecuadas.
Por otro lado, se defiende la tesis de que un elevado número de milagros y apariciones iría en contra de ciertos criterios, como si Dios tuviera que “ajustarse” a ciertas reglas, para mantener orden y para evitar “excesos”.
Desde luego, ha habido hechos que fueron considerados como milagros o como apariciones milagrosas y que luego han resultado falsos. Al observar ciertas afirmaciones de los supuestos creyentes, al descubrir en ellos actitudes de soberbia o de rebeldía, se puede deducir que la supuesta aparición no viene de Dios.
Pero criticar apariciones o milagros simplemente con la idea de que serían “demasiados” no tiene mucho sentido si uno, de verdad, cree en la existencia de un Dios omnipotente.
Más allá del número de apariciones y milagros, lo importante es descubrir qué mensaje estaría transmitiendo Dios a través de personas concretas que han sido elegidas por Dios para llevar un mensaje que ayuda a otros a creer.
Queda claro que el milagro más grande y decisivo es la venida de Cristo al mundo y su obra salvadora, llevada a cabo a través de su Pasión, Muerte y Resurrección.
Por eso la Iglesia católica nunca ha defendido que milagros y apariciones concretas deban ser creídos como nuevas revelaciones particulares, pues la Revelación ya ha sido llevada a su plenitud en Cristo.
Pero la misma Iglesia enseña que puede haber revelaciones privadas que ayudan a la fe. Esas revelaciones privadas tienen una función. No buscan “mejorar o completar la Revelación definitiva de Cristo”, sino que buscan “ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 67).
Dejemos a Dios que decida cuándo y cómo hacer un nuevo milagro y manifestar una revelación privada. Dejemos también que sea Él quien decida si hacerlo muy pocas veces, o muchas veces a través de quienes, como hijos fieles de la Iglesia, se abren a una acción divina que se ofrece para nuestra salvación.
Imagen de Fathromi Ramdlon en Pixabay





