León XIV comienza su segunda jornada del viaje a Beirut acudiendo como peregrino al monasterio de Annaya, donde reza en la gruta que custodia los restos del monje: “Mis predecesores lo habrían deseado tanto”. Desde este lugar de donde brota “un río de misericordia”, el Pontífice pide la paz para el mundo. Una paz que, afirma, “solo nace de la conversión de los corazones”.

Por Salvatore Cernuzio – Vatican News

“Hoy queremos confiar a la intercesión de San Charbel las necesidades de la Iglesia, del Líbano y del mundo. Para la Iglesia pedimos comunión, unidad… Y para el mundo pedimos paz. En especial la imploramos para el Líbano y para todo el Levante”.

Aquí deposita el Papa las esperanzas y los dolores del Líbano, de Oriente Medio y del mundo. En esta gruta de piedra protegida por una pared de vidrio y alumbrada por una luz tenue que apunta a una tumba estrecha de madera de cedro. En su interior reposa San Charbel Maklūf, el monje considerado patrón del país, canonizado por Pablo VI en 1977, a quien se le atribuyen más de 29 mil milagros de curación, muchos de ellos a través del aceite que, según la tradición, comenzó a brotar ininterrumpidamente de su cuerpo inmediatamente después de la muerte. El Papa León XIV, en su segundo día de viaje en la Tierra de los Cedros, recorre más de 40 km desde Beirut y asciende a unos 1,200 metros de altitud para llegar a este lugar del que, como dice, brota “un río de misericordia”, y para depositar una lámpara, “símbolo de la luz que Dios encendió aquí por medio de San Charbel”.

“Ofreciendo esta lámpara confío a la protección de San Charbel al Líbano y a su pueblo, para que camine siempre en la luz de Cristo. ¡Demos gracias a Dios por el don de San Charbel!”.

La visita al Monasterio y la oración ante la tumba

El Papa fue recibido por un estruendo cuyo eco queda retenido fuera de las puertas de piedra del monasterio. Dentro solo hay silencio, interrumpido ocasionalmente por algunos cantos en árabe y los salmos de un coro de cuatro jóvenes monjes. Para recibir al Pontífice está el superior general de la Orden Libanesa Maronita, el abad Mahfouz Hady, quien lo conduce al patio donde se encuentran el presidente Joseph Aoun y su esposa. Un canto acompaña la entrada de León en la gruta de la tumba. El Papa permanece absorto, de rodillas, frente a la tumba. La oración del Pontífice está escrita en estampitas distribuidas a los presentes en la capilla.

“Oh Dios, que concediste a San Charbel, guardián del silencio en la vida oculta, ser iluminado por la luz de la verdad para contemplar la profundidad de tu amor, concédenos a nosotros, que seguimos tu ejemplo, la gracia de enfrentar en el desierto de este mundo la buena batalla de la fe.”

Paz para el mundo

Al Papa le confía a San Charbel la Iglesia, las familias —“pequeñas iglesias domésticas”— y el mundo, invocando la paz. Una paz que, afirma, no puede existir “sin la conversión de los corazones”. “Por eso San Charbel nos ayude a dirigirnos a Dios y a pedir el don de la conversión para todos nosotros”, reza el Pontífice.

 

 


 

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