Por: Juan Diego Camarillo

Uno de los milagros más asombrosos ocurrió al abrir la tumba de San Chárbel, cuando se encontró su cuerpo completamente incorrupto, con las vestimentas desgastadas pero su figura totalmente íntegra.

El suceso que ha impactado enormemente por su difusión y la devoción que ha generado hasta la fecha, se remonta a 1899, cuando se descubrió que el cuerpo transpiraba agua mezclada con sangre. Durante meses, los monjes se esforzaron por resolver lo que consideraban un enigma, aunque el aroma no resultaba desagradable para ellos, sí era una situación preocupante, ya que el líquido emanaba por las escaleras del lugar donde reposaba el cuerpo de San Chárbel.

Tan inquietante era esta situación que los monjes decidieron tomar una medida drástica: extirpar los órganos de San Chárbel. Sin embargo, esta medida no logró solucionar el problema. Incluso en 1950, el cuerpo continuaba sudando esta misteriosa sustancia, en un año que fue testigo de innumerables milagros para aquellos que se acercaron al monasterio.

Los peregrinos con devoción buscaban en aquellos tiempos llevarse un poco de esta sustancia que emanaba el cuerpo, ya que los hechos hablaban que se trataba de una sustancia milagrosa. Para hacerla más accesible, los monjes maronitas idearon una mezcla especial utilizando aceite de oliva, similar a los óleos utilizados en los sacramentos, combinado con el líquido que brotaba del cuerpo del santo. Esta mezcla se difundió, llevando consigo la bendición a lo largo y ancho del mundo.

Ante esta profunda devoción, surge una pregunta natural: ¿El cuerpo de San Chárbel sigue emanando esta sustancia? Y, en caso afirmativo, ¿el aceite bendito aún contiene parte de la misteriosa esencia que solía brotar del cuerpo del santo? Para encontrar respuestas a estas interrogantes, El Observador buscó el conocimiento y sabiduría de Mons. Alberto Meouchi-Olivares, párroco de la Parroquia Maronita de San Chárbel en Chihuahua.

Esta fue su respuesta:

“El cuerpo de san Charbel ya no trasmina ese líquido sanguinolento desde que el Papa Pablo VI lo beatificó en diciembre de 1965.

Sin embargo, se conserva algo de ese líquido aún.

El conocido “aceite bendito de san Chárbel” (el original) es aceite de oliva bendecido por los monjes del monasterio de San Marón en Annaya, Líbano (es el monasterio donde está sepultaron san Charbel). A este aceite le dejan caer una gota pequeña de ese líquido sanguinolento que emanó el cuerpo incorrupto de san Charbel. De ahí me lo mandan a Chihuahua y es el que usó.”

Además, destacó qué hay muchas parroquias que no son maronitas y que distribuyen el aceite como aceite de San Chárbel:

“En otras parroquias bendicen su propio aceite y lo hacen en nombre de san Charbel (“invocando su bendición solamente”). No lo traen del Líbano. Y también le llaman “aceite de san Charbel”.

Monseñor Alberto no ve esto como algo negativo, ya que destaca que es una devoción tan grande que algunos sacerdotes deciden hacerlo así:

“Aunque no es el mismo, es también un sacramental bendito, pero su origen en distinto y es común que algunos sacerdotes así lo hagan, pues es grande la devoción a san Chárbel.”

También destacó en su respuesta el gran riesgo que se corre, ya que algunos deciden sacar provecho de esta situación, vendiendo este sacramental. En lugar de limitarse a cubrir los costos asociados con su producción, estas personas intentan obtener ganancias:

“El aceite no debe ser vendido, pues pierde la bendición (sea uno u otro). Así que se regala y la gente suele dar una ofrenda voluntaria en dinero (limosna) para ayudar a la parroquia a solventar el gasto del aceite.”

El aceite de San Chárbel puede tener distintos orígenes, pero cuando depositamos toda nuestra fe y devoción en él, esos detalles quedan en segundo plano. Comprendemos que el sacramental es un medio que nos reconforta y brinda fortaleza, especialmente al invocar la especial protección de San Chárbel desde el momento de su bendición hasta su unción. En este acto sagrado, encontramos consuelo y fortaleza, confiando en la intercesión poderosa de San Chárbel por nuestras necesidades físicas y espirituales.

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